lunes, 25 de octubre de 2010

Diamante de sangre (Edward Zwick)

Sinopsis: Di Caprio, encarnado en un ex mercenario rhodesiano llamado Danny Archer, se patea Sierra Leona, un país confundido con una capital de nombre equivocado que deviene en un absurdo. Su viaje es el típico por el continente africano: esquiva balas, huye de un acreedor con ejército privado, adula a una periodista guapa y, ¡oh!, inteligente... y busca el Diamante. Con D mayúscula. Un pedrusco 'del tamaño de un huevo' -como si no hubiera huevos y huevos-, rosado, brillante como los avarientos ojos de todo el que lo ve.
Y todo el periplo barnizado con una gruesa capa de sangre negra.


A hierro mata y a hierro muere
El punto de la película es un Archer con alma. ¡Adiós a los personajes planos! El rhodesiano se construye y deconstruye a sí mismo a lo largo de la odisea que sufre sobre esa tierra roja que tapiza África y que se mezcla en sus venas con la genética de una raza blanca que dominó todo el orbe. Su objetivo es hacerse con el Diamante, su objetivo es ayudar a frenar el caos en que se ha convertido el país. Un mar de dudas donde Archer navega a golpes de timón y sin un destino claro hasta que ya su destino se ha escrito a golpes de Kalashnikov. El ex mercenario del Batallón de los Búfalos reconvertido en traficante de diamantes expira sus pecados llorando y muriendo y teniendo que desprenderse de la piedra preciosa. La película es un poema al héroe muerto (nudo en la garganta), que mezcla a los ojos del público, de usted y de mi, señora, su sangre con la tierra que le vio nacer, y expira mirando a un valle donde todo es quietud y más allá corren los todoterrenos apisonando niños y quemando aldeas.

Danny Archer es un asesino que se enamora, un traficante que no trafica, un periodista armado, un amigo que amenaza y chantajea, un Terrible que llora.

Esto es arte y yo no pido más.

¿Y vosotros?

miércoles, 20 de octubre de 2010

Apocalypto (Mel Gibson)

Cinéfilo: Las películas, mejor en su versión original.
Mel Gibson: I agree on that, man. Did you like Apocalypto?
Friki del cine: ¿Hola?
Aaron: Dejaos de gilipolleces, freaks.


Si algo me gusta de Apocalypto es que para los pretenciosos que aman el cine en su idioma original es como un jarrón de agua fría. Mejor, como la violación anal y sin vaselina a manos de Mike Tyson.

Claro, adoran el cine en V.O sólo si lo ha parido un director angloparlante; sino, doblaje, please. Porque se atragantan con La cena de los idiotas en franchute, La ola en la sagrada lengua de los nibelungos, La reina en el palacio de las corrientes de aire en vikingo o La pasión de Cristo en arameo.

En Apocalypto asistimos desconcertados a 130 minutos de filme con voces mayas, una lengua hablada por 800.000 indígenas mexicanos en la península de Yucatán y que bla bla bla. En realidad, el maya nos importa menos que nada a todos. Podría extinguirse mañana y ni nos enteraríamos.

Así que al grano: Mel Gibson es un director genial, con ese toque de locura que germina en las mentes brillantes, y que él ha manifestado rodando dos películas en lenguas primitivas, guturales, cavernarias.

La ambientación de Apocalypto es correcta, aunque el 90% de la película transcurre en selvas y poblados de chozas con sus hogueras humeantes, sus mujeres de pechos caídos, y niños corriendo en pelotas y jugando con monos que estan atados a una estaca anclada en el lodo. Pero no hay mérito en conseguir transportar al público a una época tan neandertal.

Sin embargo, durante unos minutos podemos deleitarnos con la visión de una pirámide maya desde cuya cumbre caen rodando cabezas y troncos humanos ensangrentados. Todo forma parte del ritual: del ritual maya de sacrificios humanos al dios Kukulkan para que termine con una sequía pertinaz y del ritual de Gibson para atraparnos con una civilización ya perdida y que tan bien aniquilamos. Porque lo truculento, lo salvaje, lo brutal, sigue vendiendo. A mi Gibson me atrapó con esa escena, me convertí en un incondicional de esa arcana religión basada en la sangre seca y renegrida sobre los peldaños de piedra del templo de Tikal.

Esa escena vale la película, amigos, porque la sangre da sentido a las cosas.


Una legión de mayas-zombies, implorando a Gibson un papel en el rodaje.

sábado, 16 de octubre de 2010

Rebelde sin causa (Nicholas Ray)


“Mira cine clásico, bastardo”. ¡Cuantas veces habrá escuchado esta frase! Y total, ¿para qué? ¿para ver basura revalorizada por esta moda retro que nos engulle?

Pero debo admitirlo, padre. He pecado. Vi cine clásico. Rebelde sin causa, de James Dean.

Coro de becarias quinceañeras de Aarón: Mmm… qué bueno está. Me encantaría enseñarle toda mi ropita de Pucca y mis ositos de peluche.
Aarón: No tenéis ni idea de cine, losers.


Rebelde sin causa es, sobre todo, un sinsentido. Pocas veces he visto un título de película tan desligado del guión. El mayor acto de rebeldía del joven Jimmy es emborracharse solo, o fumar un pitillo en el porche de su casa, que eso también es muy punki.

¡Uau! Qué malo eres, Jimmy. Me has acojonado con tu rebeldía salvaje y animal. Creo que voy corriendo a esconder el coche en el garaje.


En fin, un absurdo, una tomadura de pelo.
Si la película está bien considerada es porque el pequeño Dean murió joven y guapo. Y a mí eso me importa una mierda.

Me molesta ver a un James Dean imperturbable a lo largo de toda la película, siempre con la misma cara impertérrita. No importa que le detengan, que le acuchillen, que esté conduciendo a 100km/h hacia un acantilado: siempre la misma cara de vaca sagrada, muerta, sin vida.

Nadie en su sano juicio estaría alegre tras ver morir a un tipo que cae al mar en su coche desde 30 metros de altura. Ni un temblor, el chaval. Él se esconde en una casa abandonada, con la novia del fenecido (+1 para James), se descojona un rato y la besa (+1).

Es todo tan irreal que sólo me generó un par de bufidos y una sensación de pérdida de tiempo brutal. ¿Perdí mi virginidad en cine clásico con la gorda bigotuda de las 5 AM? Todo parece indicar que sí. Me siento estafado, casi diría que violado.

Dejad de recomendarme cine clásico, jo. Yo no os he hecho nada…

lunes, 11 de octubre de 2010

R.A.F: Facción del Ejército Rojo (Uli Edel)

Por fin una película de calidad sobre una guerrilla. Olvidaros de Che. El argentino. Comparada con R.A.F: Facción del Ejército Rojo, la del Che no es más que una pobre ambientación y exposición de cómo se vivía dentro del movimiento insurgente. No hay sombras más allá de la ejecución sumaria de unos guerrilleros que roban y violan en Sierra Maestra.

R.A.F, sin embargo, expone con crudeza el devenir diario de las tres generaciones que formaron el mítico grupo terrorista alemán. No hay mesianismo ni idealismo bananero. Las discusiones internas, los conatos de rebeldía en su seno, las amenazas explícitas cuando surge la palabra 'contrarrevolucionario' de labios de Andreas Baader... esas escenas, plasmadas con una dosis acertada de dramatismo y tensión, te trasladan sin violencia al piso franco donde los terroristas se esconden de la policía o al campamento jordano donde se entrenan en tácticas de guerrilla junto a muhaidines venidos de todo el mundo árabe. Luces y sombras de la R.A.F sin filtro alguno. Sin un atrezzo artificioso. Sin ese idealismo tan siglo XX que rezuma por todos los poros Che. El argentino...

En la película, Uli Edel nos descubre el universo en el que vivían y morían los jóvenes alemanes comprometidos con la lucha proletaria. Durante los 150 minutos de filme, y a pesar de la sangre inocente derramada, Edel cautiva irremisiblemente al espectador, y le provoca un sentimiento prohibido, como el amor por una niña púber que aún viste de uniforme.

Rebullir de sangre.
Caliente.
Ganas de acción.
Rabiar.
El director juega con nosotros. Pero juega bien, honestamente, enseñando las cartas: una ambientación completa, terroristas atractivas para cualquier hombre de pro (Nadja Uhl, Johanna Wokalek, Alexandra Maria Lara), tiroteos, revolución con armas y alcohol.

Me encanta cuando lees en la bañera, nena.

Lector nostálgico: Siempre fue así, "las jóvenes rojas cada vez más hermosas”.
Uli Edel: En R.A.F he doblado la apuesta.
Lector nostálgico: Se agradecen esas escenas de culos como melocotones.
Uli Edel: De nada. Estaba en el contrato de las actrices. Sé lo que os gusta, vulgo.


Próxima crítica: El hombre tranquilo

martes, 5 de octubre de 2010

Gran Torino y Million Dollar Baby (Clint Eastwood)

Pedro: Por fin sacas a la palestra una película de Eastwood. Es que es Dios.
Dios (distraído, ojeando el blog El Cine Imperfecto): No, Dios soy yo. Eastwood es mortal.
Pedro (excitadísimo): ¡Pero su obra es inmortal!
Dios: …


Ante el revelador silencio de Dios, me veo en la obligación de tomar la palabra. Su testigo. Bien, hablemos de Clint Eastwood. Del director-actor, maestro del séptimo arte y pintor de auténticos Guernikas technicolores. CLINT EASTWOOD. En mayúsculas, porque lo merece. ¿Qué se puede decir de él? 80 años bien llevados, una vida fructífera (8 hijos, innumerables películas) y suficientes Óscars como para hacernos caer de rodillas y reverenciarle in secula seculorum. Amen.

Dios: Ejem, ejem.

Ehmmm, sí, es verdad, ni de coña vamos a loar a el bueno. Sobretodo porque nos ha vendido al menos dos veces el mismo producto. Ya sabéis de qué hablo: de Gran Torino y Million Dollar Baby.

Gran Torino: encontramos a un anciano amargado, un tipo duro ex militar de la Guerra de Corea.
Million Dollar Baby: el mismo viejo triste, decepcionado de la vida, entrenador de boxeo.

Gran Torino: el anciano se cruza con alguien con una vida aún más deshecha que la suya, un niño amarillo al que los chicos del barrio maltratan.
Million Dollar Baby: el entrenador ayuda aquí a la versión femenina del vietnamita: una joven con una familia que no le quiere, con un empleo de mierda, a quien la sociedad obvia.

¿Lo vais pillando?

Gran Torino: el viejo, con su disciplina y su sabiduría de chamán sioux, ayuda al joven y lo apadrina mediante un gesto muy paternal: le regala su primer coche, el Ford Gran Torino.
Million Dollar Baby: bis, pero aquí el gesto paternal se traduce en darle a la mujer un nombre de guerra, aunque muy azucarado. El apodo cariñoso que pondría un pelirrojo irlandés a su niña mecida al son de las bombas del I.R.A: Mo Cuishle (en gaélico, 'Mi amor, mi sangre').

Gran Torino: el anciano desea y provoca su muerte (¡gracias por spoilear, Aaron!) para ayudar al joven. Este gesto precipita el final de la película.
Million Dollar Baby: Clint desea y provoca la muerte de la joven para terminar su sufrimiento, cerrar la historia y que aparezcan ya los créditos.


Dios: Ahí le das dado. Te perdono el nombre judío.
Aaron: Gracias, jefe.
Dios: Ha estado feo llamar Dios a Eastwood.
Aaron: Sí, todo el mundo sabe que Brad Pitt es Dios.


Próxima crítica: El hombre tranquilo, de John Ford.