lunes, 12 de septiembre de 2011

Sospechosos habituales (Bryan Singer)


Hacía tiempo que no la veía,
y me animé el otro día.


(Si fuera un cantautor ese pareado choricero os volvería locas. Estáis acostumbradas a comeros cualquier mierda que cague un tipo con guitarra. Ale, ya está.)

En fin, en realidad quiero hablaros de Sospechosos habituales, un clásico. Un clásico entendiendo bien la palabra, es decir, uno de esos que aún hoy en día se sigue videando, que es atemporal, no como la basurilla que crearon hace 40 años directores que ya nadie recuerda con actores que a nadie importan.

A mí, sin embago, Kevin Spacey me importa. Y Benicio del Toro. Y, sobre todo, Stephen Baldwin en su papel de Michael McManus, un pistolero pirado que agiliza la trama con su chulería madrileña y su bestialidad.

Por desgracia, quien haya visto la película recordará a quien todo lo eclipsa, al celebérrimo Keyser Söze, la mano que mece la cuna en el mundo del crimen y que no pasa de ser un pobrecito hablador. Y un tullido, además. Diosnosampare.

Kevin Spacey, Roger 'Verbal' Kint, es un delincuente interrogado por la policía a raíz de unas cuentas decenas de muertes en un muelle. El papel que interpreta no está mal, flota sobre el inmenso mar de todos los papeles de la historia, de los que está un poco por encima. Pero nada más. Porque ni el personaje es interesante -es un mero narrador-, ni ostenta un protagonismo relevante -es un jodido tullido, recordémoslo-. Hay que admitir, eso sí, que tiene cierta gracia que (ojo, SPOIL!) Spacey se invente sobre la marcha una historia tan enrevesada y que los maderos se la crean a piesjuntillas. Y es que 'Verbal' hace gala de una capacidad genial para la estafa y la exageración, todo muy argentino. Pero ya está, 'Verbal' no da para más: le escuchamos, le seguimos, y cuando deja de hablar, desaparece.

Es tan soso su personaje que, si no fuera por el giro final -que todo es un cuento-, Keyser Söze no dejaría de ser como un Bin Laden cualquiera: sabes que está ahí, que encarna el Mal, pero que es sólo un elemento más del paisaje. Otro cacharro amontonado en el cuartucho de un viejo con síndrome de Diógenes.

Todo esto lo digo por algo, no vayáis a creer: quiero que os fijéis más en McManus, porque es el personaje más auténtico. En su interpretación no se capta artificio alguno, como si Baldwin fuera realmente así, tan vital, con esa siempre inesperada furia, con el odio rabioso y la desmesura marcando cada una de sus atolondradas decisiones. Como un caballo loco, desbocado, que cocea con los ojos chispeantes.

McManus es la joyita de esta película. Tomad nota.


PD: Me importa menos que nada el Óscar que le dieron a Kevin Spacey; se lo merecía Brad Pitt por 12 monos. Tomad nota de eso también.



                     Saludo habitual entre hampones

lunes, 5 de septiembre de 2011

Sin límites (Neil Burguer)


Estamos en septiembre -supongo que os habéis dado cuenta-, ese mes tan duro en el que vosotros trabajáis mientras yo escribo mis posts. Esto es lo único bueno de ser judío: entras por cuota y encima te dan becarias nuevas. La nueva hornada parece mejor más joven que la anterior.

Lo que espero es que no sean más listas. Dicen los eruditos que sólo empleamos el 20% de nuestro cerebro, y esto me hace pensar en dos cosas:

1.- Yo uso el 3%, y aún así os doy mil vueltas a todos, vulgo.
2.- Hoy me apetece hablar de Sin límites, de Neil Burguer (sí, el director de El ilusionista. Temblad).

Y es que la película trata de eso, de cómo un tipo normal rompe la barrera del 20% y emplea el 100% de su capacidad cerebral, como Leire Pajín.

Sin límites, sin ser una película ambiciosa, consigue engancharte. El argumento permite una fácil y rápida identificación, sino con el personaje -un puto loser, un ESCRITOR, digámoslo ya- al menos con esa sensación que todos tenemos de que estamos desaprovechados. Por la sociedad y por nosotros mismos. El listo de Burguer explota esa frustración endémica a todo ser humano con un título y sin un sueldo que supere los 3.000 euros mensuales.

El prota, Bradley Cooper, se toma una pastillita -sí, droga- y al momento es el tipo más inteligente del mundo. ¿Cómo explota esa superioridad? Primeramente, escribiendo un libro; después, aprendiendo italiano y japonés, dos idiomas inútiles si en tus planes no está el violar adolescentes españolas en Formentera o geishas. Por último, Bradley se mete en Bolsa.

Absurdo.

Parece que emplear el 100% del cerebro no implica dejar de ser humano, con todas las memeces que ello implica.

Aunque me convencen las interpretaciones -sobre todo la del mafioso ruso-, no me convence el guión. Demasiado sencillo, típico, a ras de suelo. Los deseos del protagonista no dejan de ser los de un resabido e ingenuo estudiante de primero de Filosofía: escribir, hablar idiomas... ¡y ganar pasta con ello!

La próxima vez que me quieras vender una cara conocida, Burguer, que no sea para una película con un argumento de mierda. Gracias.



       Lo mejor de ser inteligente es que puedes tocar teta. O intentarlo.