lunes, 6 de junio de 2011

Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie)


Mis becarias están de vacaciones y, claro, sin musas es complicado parir algo decente. Sí, de esta forma tan chusquera excuso mi silencio de estos últimos días.

No os lo creéis, ¿verdad? No lo hagáis. En realidad ha sido por pura pereza. Leí el libro Derecho a la pereza de Paul Lafargue y lo puse en práctica: soy tremendamente influenciable y manipulable. Y, además, sionista. Un asco de tipo.

Pero he vuelto para empuñar mi látigo. La víctima: Lars y una chica de verdad.

Brevemente: Lars Lindstrom (Ryan Gosling) es un chico de pueblo chiflado y con una incapacidad pasmosa para mantener una relación normal con quienes le rodean, y en concreto con las mujeres jóvenes, así que lógicamente empieza a salir con una muñeca. No me refiero a una chica guapa de piernas interminables y melena rubia ondeando al viento, no. Hablo de una muñeca... hinchable. La viste, la maquilla, le da de comer (¡!), le canta... no quiero continuar diciendo qué otras cosas le hace porque supongo que ya todos lo imaginamos. A fin de cuentas, para eso la crearon en fábrica.

En fin, que Lars es rarito. Hasta ahí bien. En todos lados hay gente enferma de la que nos podemos reir y a costa de quien podemos pasárnoslo muy bien. Gracias, Dios, por crear seres con taras.

Lo anormal, en realidad, es que su hermano, la mujer de su hermano, y todo el pueblo, le siguen la corriente. Es decir, que hacen como si la muñeca fuera una persona real, con sangre en su interior además del semen blanquecino del loco de Lars. ¿En qué mundo vivimos, cojones? ¿Nacimos todos rotos o qué? ¿Acaso es lo correcto apoyar y fomentar la aberración, en vez de burlarse de ella?

Habría que encerrar a todo ese pueblo en un manicomio gigante y lanzar la llave al mar.

Sin embargo, la película no es enteramente escoria. Si la veis podréis disfrutar de la tensión que se respira cuando aparece Lars con su plástica chica; de una BSO decente, que te sitúa en un pueblo pequeño en el que todos se conocen y la vida es apacible a pesar de los innumerables chismorreos; de unas interpretaciones sublimes (sí, Gosling lo hace bien. Tan bien que me creo que realmente sienta algo por su juguete); y de, cómo no, un final apoteósico.


PD: Que no se me olvide:

Empiezo a pensar que Ryan Gosling es un demente: primero, en El diario de Noah, nos intenta hacer creer en una relación absurda que se fraguó un verano y se congeló el 31 de agosto, pero que años después eclosiona tras la hibernación y lo arrasa todo con el fuego del amor. Ahora da vida a un personaje extraño que se enamora de una muñeca hinchable y, en su desmadejado mundo interior, la cree viva, buena mujer y mejor amante.

Ryan Gosling, el amante sin límites.



Intuyo que la chica querría comer otro tipo de filete