martes, 25 de enero de 2011

Gangs of New York ( Martin Scorsese)


¿Ganó algún Óscar? ¿algún otro tipo de premio? No tengo ni idea. Aquí escribo sin documentarme: soy muy rebelde (sin causa, así las adolescentes me adoran).
Gangs of New York, desde ahora GNY, es una película que se deja ver. Aunque el libro es muy superior, esta adaptación consigue ser visual a golpe de talonario: Leonardo Di Caprio, Liam Neeson, Cameron Díaz y el todopoderoso Daniel Day-Lewis. También algún que otro idiota como personaje secundario (el irlandés peleón y traidor, el policía gordinflón de Magnolia, el barbero brutal...)
¡Cameron Díaz, sé que nos estás leyendo: enséñanos las peras!
Desde aquí puedo oler tus muslos...
GNY es una historia pobre, aunque transcurre en los bajos fondos de Manhattan y eso debería facilitar las cosas por el morbo de los espectadores hacia lo brutal y sanguinario. Se nos cuenta la historia de un niño que queda huérfano porque un líder de banda mata a su padre, otro líder. 16 años después, el niño vuelve al barrio y quiere vengarse, lo de siempre: violencia, una mujer bonita pero cercana al malo, amigos de la infancia, cosas que suceden fuera del micromundo que es el barrio pero que acaban afectando al barrio... Lo distinto, y lo genial, es que Martin Scorsese consigue esclavizar al espectador a una película vertiginosa y que ahoga: Cameron Díaz, aunque actúe pésimamente, es más magnética de lo que creíamos.
Di Caprio me genera reservas en su papel de nuevo pandillero; sobre todo cuando no mira a los ojos al hablar. Le falta ego, orgullo. Y Daniel Day-Lewis, a pesar de representar al tirano, me cae bien. Vive tanto el papel, lo asume tan profundamente que lo comprendo, y llego a justificar su lema: 'Eso es lo que mantiene el orden de las cosas: el miedo'.
No convence, sin embargo, que tras tantas peleas y riñas, ninguno de los protagonistas luzca una cicatriz que deforme de alguna manera su cara. Vale, Scorsese, has pagado millones por caras bonitas, agradables, pero hombre, que todos los cortes sean en el pecho o en el abdomen, no cuela. ¡En el frenesí de un cuerpo a cuerpo algún navajazo o hachazo roza una jeta seguro!
Además, el negro me sobra. Ahora en todas las pelis hay negros. ¡Coño, hasta en Gladiator hay un negro! Que algunos dirigentes del Norte quisieran la emancipación de los negros no significa que la chusma los aceptase. Mucho menos que los tratase como a iguales, integrándolos en su banda, negocio o donde fuera. Así que, ¡fuera negros, please! Los negros del S. XIX norteamericano al algodonal.
Por último, podemos encontrar una estampa moderna en un ambiente sórdido y de hace 150 años: mujeres en jaulas que cuelgan del techo, encerradas como animales para provocar el empalme del político de turno. ¿Estamos locos, joder? ¿De qué va esto, Scorsese? ¡Sólo te falta, como atrezzo, un expositor lleno de afilados dildos de caucho sintético saltando alegremente al son de un violín!
Vamos, un poco de seriedad, Martin, que pareces un novato: distráenos con un producto de calidad.
Gran post, Aarón.

Unos pantalones muy masculinos, sí.

viernes, 21 de enero de 2011

Señales del futuro (Alex Proyas)


Señales del futuro nos habla de cómo será el fin del mundo y cómo reaccionará ese padre de Oklahoma (Nicholas Cage) preocupado por la salvación de su vástago sordo. El tema del armagedon es muy socorrido por los directores que quieren hacer una película pero no saben de qué coño hacerla: creen que un meteorito directo a la Tierra o unos extraterrestres belicosos pueden salvarles el culo.

Pero los espectadores somos más exigentes. Sabemos que ese género, tan falto de imaginación más allá de cómo serán los aliens, es basura. A nosotros no nos engañan y no pagamos 7'5€ para ver algo así en el cine. Y mucho menos hablamos de una defecación como esa en este blog.

Sin embargo, Señales del futuro y todos sus clones siempre generan dudas, preguntas, puede que incluso debates si eres un astrofísico o un chalado de la secta Casa de Jehová.

Confesión:

Desde pequeño yo siempre le he dado vueltas a qué haría en una situación así. Cuando era pequeño, tendría unos 10 años, la idea era huir a las montañas y esconderme en una mina profunda. Con mis padres, hermanos y el periquito. A mis hermanas no las incluía, Dios sabe porqué. En fin, padres, hermanos, periquito, encerrados en una mina y el mundo consumiéndose alrededor... menudo planón, ahora me doy cuenta.

A medida que mis hormonas se alteraban y crecía pelo en todo mi cuerpo mi plan se alteró un poco: me olvidé de la cueva y de la sangre. Lo mejor era hacer una lista de todas las púberes muñequitas a las que quería percutir, mandarles un SMS alertándolas del inminente final y citándolas en cualquier sitio donde ejecutar la frenética cópula a) por turnos o b) en masa. Dependía del tiempo disponible. Sólo con imaginar ese enfermizo canto del cisne me excitaba. Ya lo he superado.

Ahora, recordando nostálgico los grititos juguetones de Adriana Lima (16-06-2009) y Larissa Riquelme (12-07-2010), no tiene sentido ejecutar mi plan adolescente. Ya sólo quiero encender el ordenador, abrir mi cuenta de Twitter y escribir 'yo ya lo dije'; desconectar el móvil, irme al bar, fumarme el último cigarro y beber una caña. 


Cage va hacia el Riviera. A los heridos que les den.
 

martes, 18 de enero de 2011

El truco final (Christopher Nolan)

El otro día me encontré a mi prima y me dijo que odiaba este blog, que era demasiado negativo, que no siempre se puede estar dando pan y circo a la chusma, y que debía poner mis capacidades al servicio de lo positivo, recalcando los valores de las películas y tal. Voy a hacerle caso.

Las películas de magos no son un género cualquiera. Aquí, los espectadores pueden analizar las situaciones y las conductas desde la posición privilegiada y objetiva que se tiene al observar el mundo fantástico y cuasi irreal de la magia. Estas películas son como cuentos con moraleja: el niño escucha el cuento, ve el filme, capta el mensaje con total claridad, y mejora como ser humano. Idílico.

En El truco final tenemos dos magos: a Robert Angier, que parece buena persona pero no lo es (Hugh Jackman), y a Alfred Borden, del que diríamos que es un delincuente maltratador y resulta ser un padre todo corazón pero falto de empatía hasta límites inconcebibles (Christian Bale).

La historia que se cuenta a lo largo de 130 minutos es una historia de superación personal. También hay desconfianza, engaño, codicia, egoísmo, pero hablar de eso es quedarse en la superficie y no bucear hasta donde se encuentran las ostras de perlas gordas, lustrosas, capaces de enriquecer a toda una familia de tahitianos durante generaciones. Porque, y este es el hecho, amiguitos, mal que nos pese, la barra americana sobre la que giran los personajes, la prestidigitación, los subterfugios, la trama entera, es la superación de los trucos limitados, repetitivos, anodinos, típicos, con poco impacto sobre el público; es el querer ser mejor ilusionista. Todo el mundo quiere ser mejor ilusionista y así poder estar en un bar con los colegas y al momento en ¿el cine? con la novia. Sería acojonante.

Pero, ¿hasta donde llegaría nuestra ambición sin ninguna correa? ¿debemos ponerle límites? El ilusionista Angier pasa sobre todo y sobre todos para conseguir su fin: superar a su rival y antiguo socio Borden. La ambición de Angier es un caballo desbocado que le empuja incluso a asesinar a unos clones de sí mismo, seres racionales pero de los que dudamos tengan alma. ¡Ah, qué dilema se nos plantea! ¡Y qué agradables coloquios se generan entre posiciones encontradas en este debate tan actual!
¿Tu matarías a un ser de cuya naturaleza humana dudas para conseguir tus ambiciones -amor, paz, dinero, fama-?

PD: Christopher Nolan es el mismo mamón de Origen, ojete.



Ella muere en el minuto 3. Gracias, Nolan.


jueves, 13 de enero de 2011

Celda 211 (Daniel Monzón Jerez)


Aarón, amiguitos, no siempre lleva la razón. Cuando elige a la becaria tailandesa, de cara aniñada y esbeltas piernas, en vez de a la quincuagenaria veterana y con arrugas, Aarón NO se equivoca. Sus errores son más del tipo 'No debería ver esta película, pero la veré', o a la inversa. Y, a veces, hay sorpresas, alegrías, como encontrarse unas braguitas colgando del pomo de la puerta de tu habitación.

Eso mismo me ocurrió con Celda 211. Sí, es española. Otrosí, eso debería haberme bastado para no verla. Pero haciendo gala de un brutal aperturismo mental (y una inconsciencia rayana en lo mongoloide), pulsé trémulamente el play.

El protagonista, Alberto Ammann, es un tipo al que en la cárcel, donde entra como funcionario y (spoil) sale como cadáver, le apodan Calzones, alias que podría reproducirse en la mayoría de mis amigos (¡Hola a todos, bragas!).

Calzones se hace colega de Malamadre, oséase, Luis Tosar con más cejas que nunca y una paranoia esquizoide que le empuja a amenazar con partir el alma a todo aquel que se le enfrenta. Tosar, así, agresivo, me gusta, como en Te doy mis ojos. De esto saco en limpio que: todos los malos deberían tener cejas espesas y estar medio calvos: sería más fácil odiarles.

La escenografía de Celda 211 es sencilla, la cámara no sale de la cárcel más que durante unos minutos de flashback. Sin embargo, esta sencillez pasa la prueba y el espectador no necesita más localizaciones que lo puedan distraer de la trama: el motín con Calzones en medio. La sobriedad compensa a nivel artístico y económico: 3,5 millones de euros invertidos, y casi 13 de recaudación.

Lo mejor de la película es que empieza fuerte y mantiene esa fuerza hasta el final, controlando los tempos. No sé qué coño significa tempos, pero suena muy cool. Los actores, empezando por Ammann y terminando en el enano de coeficiente mental 48, convencen por su implicación. Tanto, que casi creo que los actores secundarios, los presos que en toda toma salen de fondo, son presos de verdad. Sino, con esas caras grotescas, feas, lo sentiría por ellos. El mundo más allá de los barrotes también es cruel, a su manera.

Me voy por los cerros de Úbeda, magnífica ciudad donde las haya con la plaza Vázquez de Molina Patrimonio de la Humanidad. En fin, que videeis Celda 211 si no lo habéis hecho ya, y si sí, alabadme un poquito en los comentarios.



El caballero mongolide de CM 48

lunes, 10 de enero de 2011

El hombre tranquilo (John Ford)


Después de mucho insistirme, el comentarista que firma como JEP ha conseguido su propósito: he visto El hombre tranquilo y me dispongo a comentarla.

Óscar al mejor director, John Ford, en 1953. También Óscar a la mejor fotografía en color. Y no sé cuantas nominaciones convertidas en frustración. 129 minutos. Actores y actrices ya muertos. Blablabla...

Al grano: la película pretende ser graciosa. Eso la convierte en patética a los ojos del espectador moderno. Puede que en los 50 las bromas que tienen como escenario el bucólico pueblo de Innisfree fueran ocurrentes, humorísticas, descacharrantes, como diría Juan Manuel de Prada. Pero ya no y, os lo imploro, apoltronados másters del cine, El hombre tranquilo debe retirarse del género 'Comedia'. ¡Bienvenidos al siglo XXI!

Ejemplo: ¿Ves eso de ahí? Es la casa ancestral de los antiguos Flynns. Nos la quitaron...los druidas.

Graciosísimo, ¿no? Es un humor muy fino, ¿no? Tócate los huevos.

Como ya debéis intuir (¿a que no lo intuís?) lo mejor de El hombre tranquilo son las frases que, sin quererlo ni beberlo, vamos recibiendo como ladrillazos en plena cara. Para que sepáis de qué hablo, copiaré esos pequeños tentempiés de sal gorda y vinagre para que podáis saborearlos en vuestras virginales bocas.

    • Hay cosas que un hombre no supera fácilmente.
    • ¿Como qué, por ejemplo?
    • Como la mirada de una mujer atravesando los campos, con el sol en su pelo.

Lo pongo en verso, ya veréis que guay:

Como la mirada de una
                                      mujer
atravesando
                    los
                         campos,
con el sol en su pelo.


También hay poesía espartana, aunque igual de cutre y salchichera, eso por descontado.


  • ¿Qué os dan de comer a los hombres de Pittsburgh?
  • Acero, y hornos de fundición tan calientes que un hombre olvida su miedo al infierno.

Hornos de fundición tan calientes que un hombre olvida su miedo al infierno. Me encantaría esta hipérbole si no fuera porque lo dices sobre un coche de tiro que traquetea en un camino rural, rodeado de prados verdes, infinitos, con el sol anaranjado poniéndose sobre el campanario de una iglesia de piedra y con el arrullo del riachuelo a dos metros de ti. Mamón.

Mmmm... a ver, a ver... ah, sí, una bonita comparación, y una profecía.

Eran días malos. Sean tenía la cara tan oscura como el caballo de caza que montaba. Sólo era una cuestión de tiempo que uno u otro se rompieran el cuello.

  1. No aporta nada decir que el caballo es de caza. En la película no hay ni una escena de caza.
  2. La cara no se tiene más o menos oscura por razón del estado de ánimo. ¿Porqué hablas del careto de Sean como reflejo del alma y no de su estado de ánimo tal cual? Y hay que consultar el diccionario un poquito más: sombrío, triste, apagado, afligido, apesadumbrado, fúnebre, son ejemplos que sirven.
  3. La comparación, huelga decirlo, es pueril.
  4. Al final ni el caballo ni Sean se rompen el cuello. ¿Y qué hay de mis expectativas, maldito Ford?

Aunque, amiguitos, no todo es basura simplona en El hombre tranquilo. Como todo, también tiene sus puntillos. ¿Quién dijo que no nacen rosas en los vertederos?

Caso 1: Oh, sí, conozco a tu familia, Sean. Tu abuelo murió en Australia ahorcado en un penal. Y tu padre también era un buen hombre.
Caso 2: (Tapaos los oídos sociatas) Tenga este palo para pegar a su encantadora esposa.

Y deja de contar.

Guinda: un duendecillo, un viejo calvo y borracho que acompaña como un perrito a Sean, no deja de repetir la palabra homérico. Personalmente, celebro haber descubierto esta expresión. Y quizás esto sea lo único que debemos agradecer a un guionista tan nefasto como Frank S. Nugent, que gracias a Yaveh y a un arrebato de buen criterio de la Academia de Cine, no se llevó la estatuilla al mejor guión. Uf.


No hay mejor compañía para una buena juerga

lunes, 3 de enero de 2011

American Psycho (Mary Harron)

Ayer vi con mi sobrino de 5 años American Psycho. A ambos nos encantó. Nos conmovimos especialmente cuando Patrick Bateman, el protagonista encarnado por Christian Bale, dice “Eres una jodida puta fea. Voy a matarte a navajazos y luego jugaré con tu sangre”. Ahí nos partimos de risa.

Lo que no entiendo es por qué tuvieron que pasar 10 años para adaptar la novela homónima al séptimo arte. Es incomprensible.

¿Quien no quiere ver en pantalla a un yuppie sádico despanzurrando zorras en su baño de diseño? A mi -ya me conocéis- me gusta pensar que Manhattan es así de auténtica, con tiburones comiendo tiburones, y que frente a la pantalla asisto a un máster no presencial en sociología neoyorkina. Es como un C.S.I pero a la inversa: el malo gana.

Pero dejemos que el propio protagonista, Bateman, se defina a sí mismo.
Tengo todas las características de un ser humano. Carne, sangre, piel, pelo... Pero ni una sola emoción clara e identificable, excepto la avaricia y aversión. Esta ocurriendo algo terrible dentro de mi. Y no sé por qué. Mis sangrientas lujurias nocturnas están empezando a apoderarse de mí. Me siento letal, al borde del frenesí. Creo que mi máscara de salud mental está a punto de desmoronarse...

Y ahora, ¿entendéis mi desconcierto? ¡Sólo este monólogo ya merecía la película al año de escribirse el libro! ¿Es que no hay nadie inteligente en EEUU, joder?

Al final, y tras una década de ominosa ausencia en las salas de cine, Mary Harron produjo algo digno, limpio y luminoso, casi zen, aunque inquietante. Porque el protagonista representa al monstruo que todos llevamos dentro: un ser vil, un materialista feroz, un loco maníaco, un desequilibrado sin solución, con mucho de vigoréxico y narcisista. Alguien que se realiza a través de la provocación de la desgracia ajena. Un ángel caído.

American Psycho, en realidad, no es más que un cuadro de Dorian Gray donde vemos reflejado nuestro podrido interior consumista y envidioso.

Hay un momento de pánico cuando me doy cuenta de que el apartamento de Paul tiene vistas al parque ... y, obviamente, es más caro que el mío”.

En American Psycho las lecciones de filosofía viene de serie. ¡Son gratis! Si no aprendes algo es porque no quieres.

Cualquier idiota podría decir que el filme es sólo un puñado de fotogramas acribillados a imágenes fruto de la insana mente de un chalado sin nada mejor que hacer que escandalizar a púberes jovencitas y ancianas del pleistoceno. Yo, por el contrario -y digo esto mientras mi sobrino asiente, aprobador-, creo que American Psycho es la obra de un genio, y que Bale representa aquí el papel de su vida: nunca hará nada mejor, y ya tarda en suicidarse para crear un lugar de peregrinación y culto a su persona.

A mí, personalmente, esta película me gusta. Tanta imaginación vertida en unas cuantas barbaridades insanas me pone, cinematográficamente hablando. Me supone un subidón de adrenalina el hecho de que en cada escena se narre una animalada mayor que en la anterior, y que Bateman enloquezca violentamente en un mar de desperdicios de Versace.

Eres mi abogado y creo que debes saber que he matado a mucha gente. Algunas mujeres en el apartamento; algunos sintecho, quizás 5 o 10”.

¿¿5 o 10?? Qué desalmado, Bateman, qué brutal. ¡Eres mi héroe y mi antihéroe! ¡Quiero irme de juerga contigo por Nueva York!

Soy un tarado, lo sé. Y qué.


Juguemos un poco, nena.