martes, 26 de abril de 2011

The Walking Dead (Frank Darabont)


Shalom, mortales.
Hoy no hablaré de una película, sino de una serie. De zombies.
A mí este género me atrae porque:
a) mis becarias se asustan y se agarran a mi terso pectoral mientras sueltan grititos agudos a coro.
Esta razón ya es suficiente como para entender mi predilección por pelis de zombies, pero me extenderé un poco para justificar el post.
La razón b) es que aunque siempre haya vísceras volando, mordiscos y gente que huye, las historias de muertos vivientes siempre son distintas entre sí. Y es que zombies hay de muchos tipos: rápidos, fuertes e inteligentes (Soy leyenda); rápidos y estúpidos (28 días después); los super hambrientos (REC) y los no tanto (Planet Terror); los que resisten la luz del sol (Resident Evil IV, creo) y los que no (Soy leyenda, again).
(Ligero brinco de Jessy sobre mis rodillas, asustada.)
  • ¿Puedo acurrucarme contra tí, maestro Aarón?
  • Ya sabes que no me gusta que me llames maestro. Llámame papi, niñita.
  • ¡De niñita nada, que ya tengo 18!
  • Jo... (nota mental: preguntar la edad antes de contratar).


Seguimos.
A mí los que más me gustan son los zombis lentos, sigilosos y con buen olfato, como los de The Walking Dead. Así, a pesar de ser lentos, se convierten en buenos cazadores. Puedes creerte a salvo meando contra un árbol en medio de un bosque porque no oyes ningún ruido... pero tras los matorrales, como un vouyeur, como un Galleta de Mantequilla cualquiera en un jardín de infancia, siempre se esconde agazapado un zombie hambriento.
Esas cualidades -lentitud, sigilo, buen olfato- hacen que las posibilidades de la trama se multipliquen. No sabes donde están, ni cuando van a aparecer. Ese desconocimiento (¿estará aquí el prota a salvo?) convierte a los personajes en seres tan vulnerables como niños en una guardería parroquial, y eso invariablemente afecta al espectador, que está en tensión contínuamente, esperando ver aparecer un zombie de la nada; sospechando que en realidad ellos están en todas partes, espiando, oliendo, salivando.
Lo mejor de todo, sin embargo, no es que los zombies de The Walking Dead sean como son, sino que encima son muchos. Muchísimos. Miles, al menos en Atlantic City y en el FIB. Y, aunque lentos y avanzando hacia las víctimas a un ritmo desesperante, la multitud de muertos vivientes colapsa las calles, llegando de todas las direcciones, y haciendo cualquier huida imposible. Es una cacería a cámara lenta, rollo discoteca a las 5 am: puedes disfrutar, segundo a segundo, del acercamiento, sabiendo que, a no ser que ocurra un milagro, el humano será alcanzado y devorado. En cada fotograma hay tensión, hay desesperación, y el espectador interviene en la serie: “Corre, cabrón, que vienen por esa calle también, tambaleantes, trastabillando, directos hacia tí”.
Jenny, juguetona: A mi también me gusta ir directa hacia tí.
Aarón: No te olvides de trastabillar al final, ¡JAJAJAJAJA!
Jenny: Me asustas, papi. A veces eres un animal sin sentimientos.
Aarón: ¿Sin qué, desagradecida? (nota mental: buscar nueva becaria. Más primaria. Y muda.)
Al grano.
Con los zombies de The Walking Dead la única opción es la huida. Sólo mueren de un tiro en la cabeza, o si se la arrancas de cuajo. Y nadie corta tan rápido, ni dispara tan rápido y con tanta puntería... ni tiene miles de balas en la cartuchera¹.
Pero que la serie consiga atrapar no es sólo por el tipo de zombies que han elegido: los actores son buenos, te hacen respirar su nerviosismo, frustración, esperanza o agresividad. Su representación se apoya y funde en una banda sonora muy decente, en unos escenarios bien elegidos (cruces de calles, escaleras estrechas, bosques frondosos) y en unos efectos especiales que son sencillos pero ambiciosos: es decir, que no encontramos el clásico ketchup falsísimo; aquí riegan con sangre de bebés rumanos.
Os recomiendo ver los 6 capítulos de la primera temporada. Seguro que podéis descargarlos por ahí.
Un compañero ha descubierto un vídeo de cómo se hicieron los efectos especiales de The Walking Dead. MUY recomendable:
http://www.intereconomia.com/blog/las-series-television/walking-dead-como-se-hizo-20110425


Me comenta el sector friki del blog que la serie está basada en un cómic, y que se puede encontrar a un precio irrisorio en La Perra Cómics, en Barcelona.
 

¹Por desgracia vivimos tiempos convulsos, y las morenas flacideces están infravaloradas. Dios nos libre de este pecado.


                          ¡También hay actrices macizas!


lunes, 18 de abril de 2011

Encontrarás dragones (Roland Joffé)


Un anónimo me ha dejado recientemente este mensaje en el blog:

Creo que Aaron nos está poniendo a prueba con esto de no escribir un nuevo post.
Debe tratarse de otro de sus jueguecitos morbosos.

Aaron, en el momento de abrir el blog contrajiste unas obligaciones con los lectores que ahora estás incumpliendo flagrantemente.

Me reconozco en esas palabras. Sospecho quien puede ser el descamisado que viene a exigirme a mi propia casa, pero me callaré su moruno nombre y entraré en materia.

Encontrarás dragones.

Qué título tan mentiroso, tan falaz. Tan fuera de lugar, coño.

Porque no sólo no hay dragones en la película, sino que excusan ese título con una frase que dice la niñera de Josemaría Escrivá, uno de los protas:

La vida está llena de dragones. Dragones interiores.

La frase no viene a cuento, la anciana niñera no aparece más que esos 20 segundos en los 120 minutos de la película. Aparece ella, suelta su frasecita, justifica el título aunque toda la estructura chirríe, y se va. Adiós, anciana, tome su dinero y compre pan para las palomas.

¿Veis ahora qué salchichero, qué gancho tan chusco? Ahí está, ensamblado como un pegote ajeno a todo, como la nueva nariz de Belén Esteban.

Bien, matizado esto, empecemos con la crítica.

Encontramos dos personajes principales, un santo y un pecador, lo típico, lugares comunes sin grises ni matices. Eso vende: lo simple, lo dicotómico. Joffé se pone catequético, se enfunda la sotana y nos suelta el discursito del bien y del mal, y nos lo tragamos todo (bueno, no todo, ya me entendéis).

Josemaría y Manolo son dos gladiadores en la arena y ambos luchan por ganarse el favor de la chusma.

Uno asume el rol de meapilas, de adicto al agua bendita y al cirio, de beatorro tontorrón. El otro el de cabronazo vengativo y huelebragas.

Pero la vida no es así, por mucho que lo diga Joffé, ese maniqueísta (recordad La misión).

No todo es esconderse en una casa y huir a través de las montañas hasta Andorra, en línea recta. A veces un santo tiene que coger la bayoneta y metérsela por el coño a la putita húngara, internacionalista ella, que castiga a los feligreses dándoles el tiro de gracia. Me jode tanto monaguillo santurrón, tanto trastabillar en la montaña mientras se reza el rosario, tanto perdonar a quien te rompe el culo.

Lo peor, amiguitos, es que parece no importarnos que nos tomen por gilipollas. Claro, como Joffé habla de un santo, pues nos callamos. El director británico se nos mea encima y decimos que llueve.

O que la orina es estéril y casi, casi aséptica y que, por tanto, la podemos beber.

¡No, gracias!

Yo me quedo con los personajes secundarios:

a) Oriol, el ácrata idealista. Pañuelo rojinegro al cuello y ametralladora en mano, Oriol es la imagen viva del héroe, del ciudadano ejemplar que se alza en armas cuando la injusticia lo devora todo a su alrededor. Él está dispuesto a derramar su sangre redentora por la salvación del pueblo llano. Un mártir. Y dice:

Los orondos obispos decían desde sus palacios que los mansos heredarían la tierra. Pero los mansos se cansaron de esperar”.

¡Olé!

b) Olga Kurylenko, la internacionalista húngara, con ese idealismo a prueba de balas, y esa carita de niña esadiense que te invita a casa después de pagarle un gintonic y el taxi.

No quiero despedirme señoras, sin ponerme a sus pies, y besarles las callosidades todas.

"Las jóvenes rojas
cada vez más hermosas."