viernes, 6 de mayo de 2011

La haine (Mathieu Kassovitz)


Mis becarias son buenas niñas. Ayer mismo me trajeron un regalito: un pequeño y saltarín chihuahua de morrito afilado y sonrosada lengua permanentemente fuera.

Aarón: ¿Qué es esto? Si queréis darme algo, que sean unos bombones de coco. Ya me entendéis.
Jessy: Ay, papi, pensamos que te gustaría...
Jenny: Es tan juguetón... ¡mira como me lame la mano!
Jessy y Jenny se quedan quietas y calladas un momento, el engranaje de sus cerebritos se pone en marcha y se miran, sonríen picaronas y dicen, a la vez: ¡Nos lo quedamos!
Aarón: No, los perros huelen mal.
Jessy: ¡Como si tu no parecieras un empleado de La Sirena!

¡JAJAJAJAJAJAJAJA!

Pero, en fin, vosotros no habéis venido aquí a leer sobre mis becarias, sino sobre mi excelente criterio cinematográfico.

[Modo autobombo off]

A ver, ¿os gusta la macedonia?

Si no, salid del blog.
Si sí, seguid leyendo, y os contaré la historia de Vinz, Hubert y Saïd: un blanco, un negro y un moro. Podría ser uno de esos chistes, pero La haine -El odio- es en realidad un drama. La producción franchute de 1995 me gustó, y un entonces desconocido Vincent Cassel me puso la gallina de piel por su perfecta interpretación.

¿De qué?

Buena pregunta, Aarón, no cambies.


Vinz un judío que vive en la banlieue parisién (¿o parisina?) y tiene dos amigos de dos colores distintos. Vinz es un tipo multicultural, como su barrio y Lo Miquel en mexicolindo. Un drama, esta historia.

Los tres amigos, un día cualquiera de esos en los que no hacen nada, es decir, CUALQUIERA, se confunden con la masa amorfa y multicolor que puebla una calle sin nombre para quejarse por la 'muerte de un vecino por electrocución mientras huía de la policía'; en slang: 'lo mató la pasma'. Como no podía ser de otra manera, empieza el caos, y al final Vinz se encuentra un revólver en el suelo, como no podía ser de otra manera. Ahora es el rey del barrio.

Se pasea con Hubert y Saïd por la banlieue, intimida y apaliza a unos neonazis, juega un poquito a la ruleta rusa y pasa la noche en una estación de tren que podría ser Austerlitz o bien cualquier otra. Retorna al barrio y, oh, resulta que ahora llega el drama final de la película: un policía dispara a Saïd y luego a Vinz. ¿Es esto un drama? Parece que sí.

A lo largo de toda la película podemos comprobar que hay toda una generación perdida en las banlieues francesas. Miles de jóvenes de origen africano sin nada que hacer mas que cantar hip-hop y hacer barbacoas en las terrazas de edificios que se caen a pedazos. El dominguerismo de ciudad, la muerte en vida. Chicos aburridos que sólo piensan en fumar porros y coserse a navajazos, ni-nis de piel tostada o muy tostada. No hay trabajo y el muro invisible que separa a la ciudad pudiente de esos guettos marginales se alza inamovible a pesar del cacareado éxito integrador de los sucesivos gobiernos de la república. Vaya dramones.

Y me hizo pensar, todo esto. Me pregunté '¿por qué?, ¿por qué?'. Luego, enseguida, volví a videar la escena en la que Saïd es despachado.

La vida, amigos, puede ser maravillosa tumbado en el sofá de casa.



       Esta imagen es cojonuda. Amén.