lunes, 12 de septiembre de 2011

Sospechosos habituales (Bryan Singer)


Hacía tiempo que no la veía,
y me animé el otro día.


(Si fuera un cantautor ese pareado choricero os volvería locas. Estáis acostumbradas a comeros cualquier mierda que cague un tipo con guitarra. Ale, ya está.)

En fin, en realidad quiero hablaros de Sospechosos habituales, un clásico. Un clásico entendiendo bien la palabra, es decir, uno de esos que aún hoy en día se sigue videando, que es atemporal, no como la basurilla que crearon hace 40 años directores que ya nadie recuerda con actores que a nadie importan.

A mí, sin embago, Kevin Spacey me importa. Y Benicio del Toro. Y, sobre todo, Stephen Baldwin en su papel de Michael McManus, un pistolero pirado que agiliza la trama con su chulería madrileña y su bestialidad.

Por desgracia, quien haya visto la película recordará a quien todo lo eclipsa, al celebérrimo Keyser Söze, la mano que mece la cuna en el mundo del crimen y que no pasa de ser un pobrecito hablador. Y un tullido, además. Diosnosampare.

Kevin Spacey, Roger 'Verbal' Kint, es un delincuente interrogado por la policía a raíz de unas cuentas decenas de muertes en un muelle. El papel que interpreta no está mal, flota sobre el inmenso mar de todos los papeles de la historia, de los que está un poco por encima. Pero nada más. Porque ni el personaje es interesante -es un mero narrador-, ni ostenta un protagonismo relevante -es un jodido tullido, recordémoslo-. Hay que admitir, eso sí, que tiene cierta gracia que (ojo, SPOIL!) Spacey se invente sobre la marcha una historia tan enrevesada y que los maderos se la crean a piesjuntillas. Y es que 'Verbal' hace gala de una capacidad genial para la estafa y la exageración, todo muy argentino. Pero ya está, 'Verbal' no da para más: le escuchamos, le seguimos, y cuando deja de hablar, desaparece.

Es tan soso su personaje que, si no fuera por el giro final -que todo es un cuento-, Keyser Söze no dejaría de ser como un Bin Laden cualquiera: sabes que está ahí, que encarna el Mal, pero que es sólo un elemento más del paisaje. Otro cacharro amontonado en el cuartucho de un viejo con síndrome de Diógenes.

Todo esto lo digo por algo, no vayáis a creer: quiero que os fijéis más en McManus, porque es el personaje más auténtico. En su interpretación no se capta artificio alguno, como si Baldwin fuera realmente así, tan vital, con esa siempre inesperada furia, con el odio rabioso y la desmesura marcando cada una de sus atolondradas decisiones. Como un caballo loco, desbocado, que cocea con los ojos chispeantes.

McManus es la joyita de esta película. Tomad nota.


PD: Me importa menos que nada el Óscar que le dieron a Kevin Spacey; se lo merecía Brad Pitt por 12 monos. Tomad nota de eso también.



                     Saludo habitual entre hampones

lunes, 5 de septiembre de 2011

Sin límites (Neil Burguer)


Estamos en septiembre -supongo que os habéis dado cuenta-, ese mes tan duro en el que vosotros trabajáis mientras yo escribo mis posts. Esto es lo único bueno de ser judío: entras por cuota y encima te dan becarias nuevas. La nueva hornada parece mejor más joven que la anterior.

Lo que espero es que no sean más listas. Dicen los eruditos que sólo empleamos el 20% de nuestro cerebro, y esto me hace pensar en dos cosas:

1.- Yo uso el 3%, y aún así os doy mil vueltas a todos, vulgo.
2.- Hoy me apetece hablar de Sin límites, de Neil Burguer (sí, el director de El ilusionista. Temblad).

Y es que la película trata de eso, de cómo un tipo normal rompe la barrera del 20% y emplea el 100% de su capacidad cerebral, como Leire Pajín.

Sin límites, sin ser una película ambiciosa, consigue engancharte. El argumento permite una fácil y rápida identificación, sino con el personaje -un puto loser, un ESCRITOR, digámoslo ya- al menos con esa sensación que todos tenemos de que estamos desaprovechados. Por la sociedad y por nosotros mismos. El listo de Burguer explota esa frustración endémica a todo ser humano con un título y sin un sueldo que supere los 3.000 euros mensuales.

El prota, Bradley Cooper, se toma una pastillita -sí, droga- y al momento es el tipo más inteligente del mundo. ¿Cómo explota esa superioridad? Primeramente, escribiendo un libro; después, aprendiendo italiano y japonés, dos idiomas inútiles si en tus planes no está el violar adolescentes españolas en Formentera o geishas. Por último, Bradley se mete en Bolsa.

Absurdo.

Parece que emplear el 100% del cerebro no implica dejar de ser humano, con todas las memeces que ello implica.

Aunque me convencen las interpretaciones -sobre todo la del mafioso ruso-, no me convence el guión. Demasiado sencillo, típico, a ras de suelo. Los deseos del protagonista no dejan de ser los de un resabido e ingenuo estudiante de primero de Filosofía: escribir, hablar idiomas... ¡y ganar pasta con ello!

La próxima vez que me quieras vender una cara conocida, Burguer, que no sea para una película con un argumento de mierda. Gracias.



       Lo mejor de ser inteligente es que puedes tocar teta. O intentarlo.

lunes, 6 de junio de 2011

Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie)


Mis becarias están de vacaciones y, claro, sin musas es complicado parir algo decente. Sí, de esta forma tan chusquera excuso mi silencio de estos últimos días.

No os lo creéis, ¿verdad? No lo hagáis. En realidad ha sido por pura pereza. Leí el libro Derecho a la pereza de Paul Lafargue y lo puse en práctica: soy tremendamente influenciable y manipulable. Y, además, sionista. Un asco de tipo.

Pero he vuelto para empuñar mi látigo. La víctima: Lars y una chica de verdad.

Brevemente: Lars Lindstrom (Ryan Gosling) es un chico de pueblo chiflado y con una incapacidad pasmosa para mantener una relación normal con quienes le rodean, y en concreto con las mujeres jóvenes, así que lógicamente empieza a salir con una muñeca. No me refiero a una chica guapa de piernas interminables y melena rubia ondeando al viento, no. Hablo de una muñeca... hinchable. La viste, la maquilla, le da de comer (¡!), le canta... no quiero continuar diciendo qué otras cosas le hace porque supongo que ya todos lo imaginamos. A fin de cuentas, para eso la crearon en fábrica.

En fin, que Lars es rarito. Hasta ahí bien. En todos lados hay gente enferma de la que nos podemos reir y a costa de quien podemos pasárnoslo muy bien. Gracias, Dios, por crear seres con taras.

Lo anormal, en realidad, es que su hermano, la mujer de su hermano, y todo el pueblo, le siguen la corriente. Es decir, que hacen como si la muñeca fuera una persona real, con sangre en su interior además del semen blanquecino del loco de Lars. ¿En qué mundo vivimos, cojones? ¿Nacimos todos rotos o qué? ¿Acaso es lo correcto apoyar y fomentar la aberración, en vez de burlarse de ella?

Habría que encerrar a todo ese pueblo en un manicomio gigante y lanzar la llave al mar.

Sin embargo, la película no es enteramente escoria. Si la veis podréis disfrutar de la tensión que se respira cuando aparece Lars con su plástica chica; de una BSO decente, que te sitúa en un pueblo pequeño en el que todos se conocen y la vida es apacible a pesar de los innumerables chismorreos; de unas interpretaciones sublimes (sí, Gosling lo hace bien. Tan bien que me creo que realmente sienta algo por su juguete); y de, cómo no, un final apoteósico.


PD: Que no se me olvide:

Empiezo a pensar que Ryan Gosling es un demente: primero, en El diario de Noah, nos intenta hacer creer en una relación absurda que se fraguó un verano y se congeló el 31 de agosto, pero que años después eclosiona tras la hibernación y lo arrasa todo con el fuego del amor. Ahora da vida a un personaje extraño que se enamora de una muñeca hinchable y, en su desmadejado mundo interior, la cree viva, buena mujer y mejor amante.

Ryan Gosling, el amante sin límites.



Intuyo que la chica querría comer otro tipo de filete

viernes, 6 de mayo de 2011

La haine (Mathieu Kassovitz)


Mis becarias son buenas niñas. Ayer mismo me trajeron un regalito: un pequeño y saltarín chihuahua de morrito afilado y sonrosada lengua permanentemente fuera.

Aarón: ¿Qué es esto? Si queréis darme algo, que sean unos bombones de coco. Ya me entendéis.
Jessy: Ay, papi, pensamos que te gustaría...
Jenny: Es tan juguetón... ¡mira como me lame la mano!
Jessy y Jenny se quedan quietas y calladas un momento, el engranaje de sus cerebritos se pone en marcha y se miran, sonríen picaronas y dicen, a la vez: ¡Nos lo quedamos!
Aarón: No, los perros huelen mal.
Jessy: ¡Como si tu no parecieras un empleado de La Sirena!

¡JAJAJAJAJAJAJAJA!

Pero, en fin, vosotros no habéis venido aquí a leer sobre mis becarias, sino sobre mi excelente criterio cinematográfico.

[Modo autobombo off]

A ver, ¿os gusta la macedonia?

Si no, salid del blog.
Si sí, seguid leyendo, y os contaré la historia de Vinz, Hubert y Saïd: un blanco, un negro y un moro. Podría ser uno de esos chistes, pero La haine -El odio- es en realidad un drama. La producción franchute de 1995 me gustó, y un entonces desconocido Vincent Cassel me puso la gallina de piel por su perfecta interpretación.

¿De qué?

Buena pregunta, Aarón, no cambies.


Vinz un judío que vive en la banlieue parisién (¿o parisina?) y tiene dos amigos de dos colores distintos. Vinz es un tipo multicultural, como su barrio y Lo Miquel en mexicolindo. Un drama, esta historia.

Los tres amigos, un día cualquiera de esos en los que no hacen nada, es decir, CUALQUIERA, se confunden con la masa amorfa y multicolor que puebla una calle sin nombre para quejarse por la 'muerte de un vecino por electrocución mientras huía de la policía'; en slang: 'lo mató la pasma'. Como no podía ser de otra manera, empieza el caos, y al final Vinz se encuentra un revólver en el suelo, como no podía ser de otra manera. Ahora es el rey del barrio.

Se pasea con Hubert y Saïd por la banlieue, intimida y apaliza a unos neonazis, juega un poquito a la ruleta rusa y pasa la noche en una estación de tren que podría ser Austerlitz o bien cualquier otra. Retorna al barrio y, oh, resulta que ahora llega el drama final de la película: un policía dispara a Saïd y luego a Vinz. ¿Es esto un drama? Parece que sí.

A lo largo de toda la película podemos comprobar que hay toda una generación perdida en las banlieues francesas. Miles de jóvenes de origen africano sin nada que hacer mas que cantar hip-hop y hacer barbacoas en las terrazas de edificios que se caen a pedazos. El dominguerismo de ciudad, la muerte en vida. Chicos aburridos que sólo piensan en fumar porros y coserse a navajazos, ni-nis de piel tostada o muy tostada. No hay trabajo y el muro invisible que separa a la ciudad pudiente de esos guettos marginales se alza inamovible a pesar del cacareado éxito integrador de los sucesivos gobiernos de la república. Vaya dramones.

Y me hizo pensar, todo esto. Me pregunté '¿por qué?, ¿por qué?'. Luego, enseguida, volví a videar la escena en la que Saïd es despachado.

La vida, amigos, puede ser maravillosa tumbado en el sofá de casa.



       Esta imagen es cojonuda. Amén.

martes, 26 de abril de 2011

The Walking Dead (Frank Darabont)


Shalom, mortales.
Hoy no hablaré de una película, sino de una serie. De zombies.
A mí este género me atrae porque:
a) mis becarias se asustan y se agarran a mi terso pectoral mientras sueltan grititos agudos a coro.
Esta razón ya es suficiente como para entender mi predilección por pelis de zombies, pero me extenderé un poco para justificar el post.
La razón b) es que aunque siempre haya vísceras volando, mordiscos y gente que huye, las historias de muertos vivientes siempre son distintas entre sí. Y es que zombies hay de muchos tipos: rápidos, fuertes e inteligentes (Soy leyenda); rápidos y estúpidos (28 días después); los super hambrientos (REC) y los no tanto (Planet Terror); los que resisten la luz del sol (Resident Evil IV, creo) y los que no (Soy leyenda, again).
(Ligero brinco de Jessy sobre mis rodillas, asustada.)
  • ¿Puedo acurrucarme contra tí, maestro Aarón?
  • Ya sabes que no me gusta que me llames maestro. Llámame papi, niñita.
  • ¡De niñita nada, que ya tengo 18!
  • Jo... (nota mental: preguntar la edad antes de contratar).


Seguimos.
A mí los que más me gustan son los zombis lentos, sigilosos y con buen olfato, como los de The Walking Dead. Así, a pesar de ser lentos, se convierten en buenos cazadores. Puedes creerte a salvo meando contra un árbol en medio de un bosque porque no oyes ningún ruido... pero tras los matorrales, como un vouyeur, como un Galleta de Mantequilla cualquiera en un jardín de infancia, siempre se esconde agazapado un zombie hambriento.
Esas cualidades -lentitud, sigilo, buen olfato- hacen que las posibilidades de la trama se multipliquen. No sabes donde están, ni cuando van a aparecer. Ese desconocimiento (¿estará aquí el prota a salvo?) convierte a los personajes en seres tan vulnerables como niños en una guardería parroquial, y eso invariablemente afecta al espectador, que está en tensión contínuamente, esperando ver aparecer un zombie de la nada; sospechando que en realidad ellos están en todas partes, espiando, oliendo, salivando.
Lo mejor de todo, sin embargo, no es que los zombies de The Walking Dead sean como son, sino que encima son muchos. Muchísimos. Miles, al menos en Atlantic City y en el FIB. Y, aunque lentos y avanzando hacia las víctimas a un ritmo desesperante, la multitud de muertos vivientes colapsa las calles, llegando de todas las direcciones, y haciendo cualquier huida imposible. Es una cacería a cámara lenta, rollo discoteca a las 5 am: puedes disfrutar, segundo a segundo, del acercamiento, sabiendo que, a no ser que ocurra un milagro, el humano será alcanzado y devorado. En cada fotograma hay tensión, hay desesperación, y el espectador interviene en la serie: “Corre, cabrón, que vienen por esa calle también, tambaleantes, trastabillando, directos hacia tí”.
Jenny, juguetona: A mi también me gusta ir directa hacia tí.
Aarón: No te olvides de trastabillar al final, ¡JAJAJAJAJA!
Jenny: Me asustas, papi. A veces eres un animal sin sentimientos.
Aarón: ¿Sin qué, desagradecida? (nota mental: buscar nueva becaria. Más primaria. Y muda.)
Al grano.
Con los zombies de The Walking Dead la única opción es la huida. Sólo mueren de un tiro en la cabeza, o si se la arrancas de cuajo. Y nadie corta tan rápido, ni dispara tan rápido y con tanta puntería... ni tiene miles de balas en la cartuchera¹.
Pero que la serie consiga atrapar no es sólo por el tipo de zombies que han elegido: los actores son buenos, te hacen respirar su nerviosismo, frustración, esperanza o agresividad. Su representación se apoya y funde en una banda sonora muy decente, en unos escenarios bien elegidos (cruces de calles, escaleras estrechas, bosques frondosos) y en unos efectos especiales que son sencillos pero ambiciosos: es decir, que no encontramos el clásico ketchup falsísimo; aquí riegan con sangre de bebés rumanos.
Os recomiendo ver los 6 capítulos de la primera temporada. Seguro que podéis descargarlos por ahí.
Un compañero ha descubierto un vídeo de cómo se hicieron los efectos especiales de The Walking Dead. MUY recomendable:
http://www.intereconomia.com/blog/las-series-television/walking-dead-como-se-hizo-20110425


Me comenta el sector friki del blog que la serie está basada en un cómic, y que se puede encontrar a un precio irrisorio en La Perra Cómics, en Barcelona.
 

¹Por desgracia vivimos tiempos convulsos, y las morenas flacideces están infravaloradas. Dios nos libre de este pecado.


                          ¡También hay actrices macizas!


lunes, 18 de abril de 2011

Encontrarás dragones (Roland Joffé)


Un anónimo me ha dejado recientemente este mensaje en el blog:

Creo que Aaron nos está poniendo a prueba con esto de no escribir un nuevo post.
Debe tratarse de otro de sus jueguecitos morbosos.

Aaron, en el momento de abrir el blog contrajiste unas obligaciones con los lectores que ahora estás incumpliendo flagrantemente.

Me reconozco en esas palabras. Sospecho quien puede ser el descamisado que viene a exigirme a mi propia casa, pero me callaré su moruno nombre y entraré en materia.

Encontrarás dragones.

Qué título tan mentiroso, tan falaz. Tan fuera de lugar, coño.

Porque no sólo no hay dragones en la película, sino que excusan ese título con una frase que dice la niñera de Josemaría Escrivá, uno de los protas:

La vida está llena de dragones. Dragones interiores.

La frase no viene a cuento, la anciana niñera no aparece más que esos 20 segundos en los 120 minutos de la película. Aparece ella, suelta su frasecita, justifica el título aunque toda la estructura chirríe, y se va. Adiós, anciana, tome su dinero y compre pan para las palomas.

¿Veis ahora qué salchichero, qué gancho tan chusco? Ahí está, ensamblado como un pegote ajeno a todo, como la nueva nariz de Belén Esteban.

Bien, matizado esto, empecemos con la crítica.

Encontramos dos personajes principales, un santo y un pecador, lo típico, lugares comunes sin grises ni matices. Eso vende: lo simple, lo dicotómico. Joffé se pone catequético, se enfunda la sotana y nos suelta el discursito del bien y del mal, y nos lo tragamos todo (bueno, no todo, ya me entendéis).

Josemaría y Manolo son dos gladiadores en la arena y ambos luchan por ganarse el favor de la chusma.

Uno asume el rol de meapilas, de adicto al agua bendita y al cirio, de beatorro tontorrón. El otro el de cabronazo vengativo y huelebragas.

Pero la vida no es así, por mucho que lo diga Joffé, ese maniqueísta (recordad La misión).

No todo es esconderse en una casa y huir a través de las montañas hasta Andorra, en línea recta. A veces un santo tiene que coger la bayoneta y metérsela por el coño a la putita húngara, internacionalista ella, que castiga a los feligreses dándoles el tiro de gracia. Me jode tanto monaguillo santurrón, tanto trastabillar en la montaña mientras se reza el rosario, tanto perdonar a quien te rompe el culo.

Lo peor, amiguitos, es que parece no importarnos que nos tomen por gilipollas. Claro, como Joffé habla de un santo, pues nos callamos. El director británico se nos mea encima y decimos que llueve.

O que la orina es estéril y casi, casi aséptica y que, por tanto, la podemos beber.

¡No, gracias!

Yo me quedo con los personajes secundarios:

a) Oriol, el ácrata idealista. Pañuelo rojinegro al cuello y ametralladora en mano, Oriol es la imagen viva del héroe, del ciudadano ejemplar que se alza en armas cuando la injusticia lo devora todo a su alrededor. Él está dispuesto a derramar su sangre redentora por la salvación del pueblo llano. Un mártir. Y dice:

Los orondos obispos decían desde sus palacios que los mansos heredarían la tierra. Pero los mansos se cansaron de esperar”.

¡Olé!

b) Olga Kurylenko, la internacionalista húngara, con ese idealismo a prueba de balas, y esa carita de niña esadiense que te invita a casa después de pagarle un gintonic y el taxi.

No quiero despedirme señoras, sin ponerme a sus pies, y besarles las callosidades todas.

"Las jóvenes rojas
cada vez más hermosas."

viernes, 25 de marzo de 2011

Snatch: cerdos y diamantes (Guy Ritchie)


Hoy tenemos con nosotros a un calvo. Para más inri es inglés, feo y malencarado. Sí, hablamos de Jason Statham, que representa a Turco en Snatch: cerdos y diamantes.


Aarón: Hola, Jason, te he invitado porque creo que eres el actor que Hollywood necesita, un prototipo de hombre de verdad.
Jason: Gracias. Procuro actuar en películas 'sólo para tíos'. Si no hay violencia extrema, paso.
Aarón, mirándole arrobado, suspira: ¿Crees en el matrimonio gay?
Jason: ¿Como?
Aarón: Eh... nada, nada. Veamos, ¿qué has aprendido trabajando en esta magnífica película de Guy Ritchie?
Jason: Que un cerdo puede consumir un kilo de carne cruda cada minuto; que los huesos se los come como mantequilla.
Aarón: Es una observación pertinentísima, socio. Que tomen nota los del Trivial. A ver, ¿crees que eclipsas a Brad Pitt en Snatch?
Jason: Totalmente. En esta película Brad es sólo imagen y BSO. Quiero decir que su interpretación no es sobresaliente, y han tenido que venderlo de otra forma. Tampoco parece un gitano de verdad.
Aarón: Es que en Reino Unido no tienen ni puta idea de qué es un gitano.
Jason: Ya, nos falta una Andalucía, aquí.
Aarón: Citando a Benedicto XVI... “¡que cojones dices!
Jason: Disculpa, Aarón... Bueno, sigamos con Snatch.
Aarón: ¿Por qué debería el público ver tu película?
Jason: Por varias razones. La principal es que nunca un enredo de varias historias ha tenido un desenlace tan brusco. El nudo que une a unos personajes con otros se corta como Alejandro Magno cortó el nudo gordiano: de un espadazo. A saco, sin contemplaciones.
Aarón: La verdad es que los personajes mueren con pasmosa simplicidad...
Jason: … como si nunca hubieran sido importantes en la trama, cuando lo cierto es que sí lo han sido.
Aarón: ¡Coño, estamos sincronizados! ¿Crees que significa algo?
Jason: ¡Joder, no! ¿Donde están tus becarias? Me han hablado maravillas de ellas.
Aarón: Las he mandado fuera, a dar clases de lengua. Son demasiado juguetonas y me distraen en mi trabajo.
Jason: Esto no fue lo acordado, Aarón. Creo que me voy de aquí. Este sitio me da escalofríos.

Jason mira con inquietud las fotos que forran hasta el último centímetro del estudio, en las que aparece en distintas e insinuantes poses... él mismo. Acto seguido mira de soslayo a Aarón, que se ha agachado bajo la mesa con la excusa de habérsele caído un bolígrafo y está lamiendo sus zapatos. Jason se levanta poco a poco y retrocede lentamente y sin dar la espalda, camino de la puerta. Aarón, erguido en toda su majestuosidad (que no es poca, tomad nota), le sigue con la mirada, mientras parece buscar insistente y ansiosamente algo en los agujereados bolsillos de su pantalón. Jason alcanza la puerta y huye despavorido. Aarón, aún en el estudio, se agarra un pellejo del cuello, estira hacia arriba... ¡y se arranca una máscara! Galleta de Mantequilla, sonriente, se felicita por el engaño y guarda como oro en paño el recuerdo de las piernas de Jason Statham.


    Mirad que tatuajes de gatitos tan monos...

viernes, 18 de marzo de 2011

El diario de Noa (Nick Cassavetes)


Hace poco me contaron la historia de una relación. Y de su ruptura. Y de como ella, al final de todo, le envió el siguiente SMS a él:

Lo tienes todo perdido, ahora quiero mi vida enteramente para mi, ya te he dado mucho tiempo. Si crees en lo que dices ven a buscarme dentro de cuatro años y ofréceme la felicidad. Es lo único que podría hacerme creer que vale la pena.

Lo primero que se me pasó por la cabeza es 'qué idiota', y lo segundo...

¡Qué daño ha hecho a las parejas que ellas viesen El diario de Noa!

Para quien no la haya visto, esta película trata del amor de dos jóvenes que se conocen en un pueblo en verano, super típico, todos lo hemos vivido. Noah Calhoun trabaja en un aserradero o algo parecido, y Allie Hamilton es una niña burguesa que no sabe nada de la vida, y que aterriza en Seabrook durante los meses de canícula. Llega el infausto 31 de agosto, se juran amor eterno y ella se vuelve a la ciudad. La distancia no supone un impedimento y él le envía una carta cada día, durante un año. Ella no responde a ninguna, ni las recibe: su madre confisca todas las misivas y la niña vive creyendo que el chico se ha olvidado de ella. Los años pasan, ella se promete a un militar y entonces, ya con el anillo de pedida, vuelve a encontrarse con Noa.

¿Adivináis lo siguiente? El fuego del amor ha sobrevivido a tantos años de separación y echan un polvo. Se quieren. Ella deja al militar, vuelve con Noa, se casan, tienen hijos, son felices, mueren juntos.

¿Alguien se lo cree?

¡Ellas sí! Pero lo creen no porque sea lógico sino porque han sido programadas desde pequeñas para creer en los cuentos de hadas, donde el príncipe se casa con la princesa después de años de dificultades y a pesar de que los reinos de él y ella están en guerra y se lanzan uno a otro la bomba H. Gilipolleces.

Y, sin embargo, ellas asumen estas historias como reales.

Aquí Nick Cassavetes nos deleita con una dosis tras otra de melocotones en almíbar de lo más azucarados. No es apta para diabéticos, pero así consigue el director que transijamos con su aberración de 30 millones de dólares.

Las escenas romanticonas, alejadas completamente de lo que comunmente se entiende como una relación normal, nos transportan a un mundo de ensueño en el que todo es posible y donde el amor triunfa contra todo pronóstico. Las diferencias culturales, las distintas ambiciones de él y ella, la separación de 7 años, el no saber qué ha sido de la vida del otro tanto tiempo... ¡no importan! Lo importante, lo esencial, es que, ya treintañeros, se suben a un bote de remos y navegan por un lago, entre cisnes blancos que con su límpido plumaje acarician los remos y las manos, mientras una fina lluvia transforma el paisaje en un templo del amor imperecedero.

Todo eso es basura para mongoloides.

Lo lamentable es que esta concepción del amor, de las relaciones, cale en el subconsciente de las mujeres y luego maltraten a los hombres con SMS moñas como el del principio del post (desde aquí te mando mi pésame, amigo).

Mis recomendaciones:

a) No veáis El diario de Noa.
b) Intentad por todos los medios que vuestras parejas no vean El diario de Noa.
c) Jamás habléis de El diario de Noa delante de hembras: cualquier crítica a la película se la tomarán como algo personal. Ellas ya han asumido el papel de Allie Hamilton.


Ya me daréis las gracias, jabatos.

Buen post, Aarón.

La escena del lago y los putos cisnes

lunes, 14 de marzo de 2011

Las dos caras de la verdad (Gregory Hoblit)



Las dos caras de la verdad es la historia de un engaño.

Edward Norton, con 27 añitos es Aaron Stampler (19), un joven monaguillo que ha sufrido abusos desde la niñez. A este chico maltratado la suerte parece sonreirle cuando el obispo de la ciudad le acoge en su cálido regazo y le cuida como a un hijo. Pero claro, ¿qué sabe un obispo de cuidar a un hijo? Nada. Entonces ocurre lo inevitable: el obispo le obliga a participar en vídeos caseros con otros monaguillos. Porno amateur, lo llaman ahora. Lo más cotizado en internet, aunque el pastor pecaba de nuevo, esta vez de egoísmo, y no colgaba esas obras de sacristía. Eran de consumo propio.

Esto, claro, afecta al joven Aaron Stampler, con nombre judío y un culito aterciopelado que hizo brincar en su sillón a las amigas con las que ví la película (¡admitidlo ya!).

Al grano: Aaron mata a su chulo, pringándolo todo de sangre. Y por graffitero le detienen y le encausan. Pobre Aaron: ¡las 78 puñaladas y la extirpación de los ojos eran en legítima defensa! Jo, qué mundo injusto este.

Nosotros, los espectadores, sospechamos que, efectivamente, el monaguillo es el asesino, aunque su abogado, Richard Gere (viejo canoso pero aún con pretensiones -suspirad, chicas-), insista en decir que es presunto. Aaron juega bien sus cartas y se inventa una doble personalidad, Roy, que le domina y hace como de Gollum, matando, destripando, limpiando la ciudad de animales y pederastas. Bien por Roy, a quien creemos y admiramos.

  • Ahora los monaguillos entonarán el salmo XXIII. No se vayan, disfruten de su postre – dice el obispo, en una conferencia al inicio de la película.

Qué reveladoras son estas dos frases concatenadas del pater. Qué juego de palabras tan subliminal, tan discreto. Sólo alcanzamos a relacionar los términos monaguillos y postre cuando Richard Gere descubre, en un armario del obispo, los vídeos secretos para uso personal a los que ya me he referido en el primer párrafo.

Total: que es una película con dos sorpresas, pero amargamente gris, aburridilla, para una tarde lluviosa de sábado. Las dos caras de la verdad pasa y debe pasar desapercibida en el inmenso mar que es el cine y también, y más concretamente, en la filmografía de ese astro que es Edward Norton, al que perdonamos por ser su primera interpretación (dato: en 1998, sólo dos años después, nos deslumbraría con Derek Vinyard en American History X).


¡Con todo el respeto, señoría, 78 puñaladas sí son legítima defensa, maldito tarado!


martes, 8 de marzo de 2011

The deer hunter (Michael Cimino)


Cuando oigo ruleta rusa no pienso en Las Vegas sino en El cazador. Y eso ya me hace mejor que vosotros.

El cazador es una película de Michael Cimino a la que le llovieron los Óscars sin darse cuenta: estaba nominada a 4 y se llevó 5. No doy ninguna importancia a los premios, pero sé cuándo un buen trabajo merece un reconocimiento.

The deer hunter (me gusta más el título en inglés, pegadme por esnob) trata de la superación de una vivencia traumática. Aquí los protagonistas Robert de Niro y Christopher Walken, Michael y Nick, respectivamente, marcharon a luchar en la Guerra de Vietnam y se volvieron medio majaras. Ninguno lo superó, y la película se convierte en una oda a la desesperación, a la tristeza, al dejarlo todo y pegarte un tiro en la sien con un revólver.

Digo que ni Michael ni Nick lo superan y, si lo pensáis bien (también podéis no pensar y simplemente seguir leyendo, ya os mastico yo todo), es verdad.

Nick nunca sale de Vietnam, y se dedica a apostar su vida jugando a la ruleta rusa, tal y como hacía mientras era prisionero del Vietcong en medio de una selva tropical del sudeste asiático. El caballo desbocado de la locura toma las riendas de su vida y no deja descansar a la atormentada mente de Nick. Walken sencillamente alarga el período de cautividad y se remata anímicamente a sí mismo, convirtiéndose en un despojo.

Hasta ahí, lo obvio.

Michael, por su parte, vuelve a su ciudad y retoma su vida. Es un gañán y se lía con la prometida de Nick, postrado ante su inmundicia en Saigón y completamente ajeno a esta puñalada de su amigo. Todo apunta a que Michael avanza poco a poco hacia la gris normalidad que es la vida de la mayoría de personas. Pero no.

¿Cómo que no? os preguntaréis.

Pues que no, coño. Oídme todos.

Michael quiere salvar a Nick, sacarlo del agujero en el que está viviendo, devolverlo a la civilización. ¿Recordáis como pretende conseguir eso? Sí, amiguitos, ahora lo véis, ¿no? ¡Juega a la ruleta rusa con su amigo! Algo parecido resultaría una simple contradicción en cualquier otra persona; pero no así en alguien que ha sido obligado a apuntarse a la cabeza, no. Michael -su cerebro aún afectado por el horror de lo sufrido- ve normal, necesario, entrar en la dinámica que rige la existencia de Nick. Vuelve para salvarle y se condena a sí mismo. ¡Es genial!

Nadie es capaz de escapar de las garras de una situación traumática; tarde o temprano aquello vuelve a por tí y te caza, te devora por dentro, y termina contigo.

Y aunque el mensaje de la película no es positivo (hola, frailecillos), la interpretación es sublime, y sentir la tensión de los momentos previos a apretar el gatillo ya es motivo suficiente para ver El cazador.



                              Olvídate de Las Vegas.

viernes, 4 de marzo de 2011

Una historia de violencia (David Cronenberg)



Detrás de un personaje que consigue engañarte siempre hay un buen actor.


Akira Kurosawa



Shalom, pueblo.

Hoy vengo a hablaros de Una historia de violencia, de David Cronenberg (no Kronenburg), un trampolín para un Viggo Mortensen que se vuelve a superar a sí mismo al interpretar a Tom Stall: padre y marido ideal, vecino querido por su comunidad, Stall parece un ciudadano ejemplar, temeroso de Dios y respetuoso con las leyes. Pero algo huele a podrido en Millbrook, Indiana, y la bucólica existencia de Stall sufre un revés cuando dos tipos atracan su bar a punta de pistola.

La escena de la que os hablo dura un minuto escaso, pero el director nos entrega en bandeja de plata todas las piezas para montar el puzzle que es la personalidad de Stall. Vemos la anómala reacción del prota, el salto sobre la barra del bar, la firmeza con la que empuña el arma, los tiros precisos, la frialdad con la que remata a uno de los atracadores... y lo mejor es que, aunque vemos la escena, no la analizamos, ¡no nos damos cuenta de qué significa!

Se han pasado un poquito con la llamarada. Creo.
Viggo Mortensen nos engaña al decir 'no, no soy un testigo protegido, jamás he empleado la violencia en mi vida'. Pero ahí está, joder, su matanza con la habilidad de un asesino experto. Vemos lo que quiere que veamos, escuchamos lo que quiere que escuchemos, pensamos lo que quiere que pensemos. Y por eso yo me inclino ante tí, Mr. Stall.

La insistencia de Ed Harris, otro mafioso, al decirle que le reconoce como una vieja gloria de los bajos fondos, tampoco termina de convencernos. Al contraponer las versiones de Mortensen y Harris sabemos que algo no encaja, pero aún así confiamos en que Stall es quien dice ser.

Al final tiene que espetarnos a la cara que sí, que él es el hermano de un mafioso de Filadelfia, que tiene un historial de crímenes que ni Al Capone y que, por haberle creído contra todo sentido común, él es un hacha frente a las cámaras y, nosotros, unos pardillos.

Es duro descubrir que no eres dios un jueves por la noche, mientras ves una peli tumbado en la cama.

Ale, camaradas, ahí os dejo vuestra ración de soma, que en los últimos días os he visto muy excitaditos.


Juro que esta escena no sale en la peli.