lunes, 4 de noviembre de 2013

El caso Slevin (Paul McGuigan)



Shalom, señores. Señoritas, pueden volver a llamarme: su gurú de cabecera ha vuelto, y ya no tiene la fresca y lozana distracción de sus dos becarias, antaño siempre prestas a saciar sus apetitos.

Ahora me aburro en mi despacho y, claro, mato el tiempo escribiendo a falta de jovencitas. Hoy os hablaré un poco de El caso Slevin.

La volví a ver el otro día. ¡Qué recuerdos me trajo! Un marica tiroteado, un negro que recibe un disparo en el pecho, un judío asfixiado... Al final de la película [OJO, tremendo spoiler] sólo sobreviven los blancos caucásicos, como tiene que ser.

El filme de Paul McGuigan no es una oda a la limpieza étnica, aunque debería serlo.

En realidad, a lo largo de los eternos 104 minutos de proyección el director va tejiendo -de la mano de un soberbio Josh Hartnett- un engaño de proporciones épicas en el que acaban enredados los dos mayores mafiosos de la ciudad de Nueva York, Morgan Freeman y Ben Kingsley. Y, digámoslo ya, también los espectadores, que nos lo creemos todo.

La película es la adaptación moderna de un estilo que nació con Ciudadano Kane, en el que una sola palabra, Rosebud, hace que nos comamos un filme que de otra manera no tragaríamos. Aquí la palabra es ataraxia.

Dice la Wikipedia que ataraxia es “tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad en relación con el alma, la razón y los sentimientos.” El clásico español y castizo “me importa un huevo”.

El protagonista es un modernillo que sufre ataraxia y que, al llegar a la ciudad de la Gran Manzana, se ve envuelto en una guerra de mafias sin que le importe lo más mínimo. Su pose desenfadada, lo bocazas que es y su imperturbabilidad se justifican con esa palabra: ataraxia. Sólo teniendo eso en cuenta podemos continuar de la mano de McGuigan hasta el final, donde todo nos es revelado.

[Perdón, ¿ha sonado muy Bíblico? Ja.]

Claro, en El caso Slevin no hay un Patrick Bateman que resuelva las cosas con hombría; aquí triunfa el maquiavelismo, la maquinación, la intriga. ¡Christopher Nolan ha sido superado, admitidlo!

Es una película que os recomiendo, y el plantel de actores es interesante: los tres ya mencionados junto a Bruce Willis y una deliciosa Lucy Liu. Ah, las asiáticas...


Racismo. Poner a un chico guapo semidesnudo junto a un negro.

martes, 18 de diciembre de 2012

¿Qué les pasa a los hombres? (Ken Kwapis)


"Si no fuera crédula, no sería mujer." (Rabindranath Tagore)


Ayer, sentado en mi butaca de orejas, mientras fumaba de mi pipa de coral, estuve cavilando -con premeditada pose filosófica e intelectualoide- acerca de la profundidad del ser humano, sus temores, sus frustraciones... Sí, amiguitos, estuve pensando en el maravilloso mundo de la pareja.

Había visto ¿Qué les pasa a los hombres? y no pude evitarlo.

Porque esta película revela (a nosotros no, a ellas) una gran verdad, algo tan obvio como la lapidaria frase de la tontorrona protagonista de absurdo nombre, Gigi: “Nos convencen, nos programan para creer que si un chico se porta como un capullo, significa que le gustas”.

JAJAJAJAJA! Sublime. ¡Gracias, mamás!

La película es la historia de varias historias. Un puñado de relaciones se entrecruzan y, siempre, siempre, el hombre es el capullo. Un clásico. Jennifer Aniston está emparejada con Ben Affleck. Ella quiere casarse, él no cree en el matrimonio, pero llevan juntos 7 años. ¿Alguien ve un problema en esta situación? Sí, ella: necesita firmar un contrato que le dará más seguridad. Y le da la vara al pobre Ben para que firme, que firme, que firme... Diosleampare. Una situación de lo más absurda. Siguiente.

Jennifer Connelly y Bradley Cooper ya están casados, así que, ¿dónde está el problema? Él, pillín, conoce a Scarlett Johansson en la cola del supermercado que, como todo el mundo sabe, es donde los norteamericanos conocen al amor de su vida o, si no, a quien destruirá el amor de su vida. En fin, que sí, Bradley le pone los cuernos a Jennifer. ¿No era evidente? Otra historia innecesaria.

Hay más triángulos, relaciones grotescas, personajes patéticos... Pero de todos ellos, me quedo con uno: Gigi (Ginnifer Goodwin). La pobre es ingenua como una niña de 5 años, tonta como no podríais imaginar, lamentable como salir y no tajarse, y fea como... digamos simplemente que es muy fea.

Gigi es importante en la trama porque el director, Ken Kwapis, aglutina en sus diferentes capas de cebolla (ya me entendéis) todos los traumas, inseguridades, y credulidad del resto de mujeres de la película. Y, ojo, de todas las mujeres del mundo. Gigi es el descarnado retrato de la mujer del siglo XXI.

¿No me creéis? ¡Vedla! En cualquier caso, la película es divertida, potable, y no puedes evitar frotarte con deleite las manos pensando que la noche madrileña (y barcelonesa, tranquilos, chicos) está repleta de especímenes que piensan como Gigi. ¡Suerte!


Buen post, Aarón.


Que no, cojones. Que si no te llama es que no le interesas.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Hard candy (David Slade)


Shalom. He vuelto... ¡Y estoy sin becarias! Resulta que han cumplido la mayoría de edad y ya no me sirven. Jo...


Hoy os hablaré de Hard candy, una de las películas que más me ha mantenido en tensión.


¿Os explico por qué?


Jeff, de 32 años, fotógrafo de modelos, queda por internet con una mujer de 14 primaveras, Hayley. Este éxito, que personalmente me hace salivar como a un energúmeno, pronto empieza a antojársele al espectador una pesadilla sin fin. Sí, el tipo la invita a su casa, y no, no percuten. Esa es la pesadilla.

Y también lo es que la mujer tiene pronunciados rasgos maníacos, es carne de cañón de psiquiátrico y producto de los peores experimentos del doctor Mengele. Como sólo sabe hacerlo una mujer, Hayley empuja al pobre Jeff a una vorágine de autoculpa por quedar con una fémina a la que saca -sólo- 18 años. ¿Y qué pasa con eso? ¡Podría ser simplemente un fan de Polansky!

En fin. Jeff se ve atrapado en su propia casa (¡inadmisible!) por Hayley, que pretende que se inculpe en un asesinato que terminó en película snuff. Pura violencia psicológica y de género hacia el macho que sólo quiere ser amable con la mujer. Un clásico en nuestras vidas.

Deberíais ver la película. ¿Alguna vez mi criterio os ha disgustado? Patrick Wilson y Ellen Page lo bordan, y ella consigue que empieces a replantearte todo ese rollo que te venden en el filme La red social, a saber, ligar por internet mola. No. Cuidado. Ellas siempre son amables hasta que las invitas a cenar (tú pagas) y a tu casa (te hunden en el remordimiento).

Son 103 excelentes minutos para disfrutar en familia.

Y ahora os dejo, plebe. Tengo que buscar en Meetic a mis dos próximas becarias. ¿O me recomendaríais Tuenti?

Baila para mí, sólo para mí, laralalara...
 

lunes, 12 de septiembre de 2011

Sospechosos habituales (Bryan Singer)


Hacía tiempo que no la veía,
y me animé el otro día.


(Si fuera un cantautor ese pareado choricero os volvería locas. Estáis acostumbradas a comeros cualquier mierda que cague un tipo con guitarra. Ale, ya está.)

En fin, en realidad quiero hablaros de Sospechosos habituales, un clásico. Un clásico entendiendo bien la palabra, es decir, uno de esos que aún hoy en día se sigue videando, que es atemporal, no como la basurilla que crearon hace 40 años directores que ya nadie recuerda con actores que a nadie importan.

A mí, sin embago, Kevin Spacey me importa. Y Benicio del Toro. Y, sobre todo, Stephen Baldwin en su papel de Michael McManus, un pistolero pirado que agiliza la trama con su chulería madrileña y su bestialidad.

Por desgracia, quien haya visto la película recordará a quien todo lo eclipsa, al celebérrimo Keyser Söze, la mano que mece la cuna en el mundo del crimen y que no pasa de ser un pobrecito hablador. Y un tullido, además. Diosnosampare.

Kevin Spacey, Roger 'Verbal' Kint, es un delincuente interrogado por la policía a raíz de unas cuentas decenas de muertes en un muelle. El papel que interpreta no está mal, flota sobre el inmenso mar de todos los papeles de la historia, de los que está un poco por encima. Pero nada más. Porque ni el personaje es interesante -es un mero narrador-, ni ostenta un protagonismo relevante -es un jodido tullido, recordémoslo-. Hay que admitir, eso sí, que tiene cierta gracia que (ojo, SPOIL!) Spacey se invente sobre la marcha una historia tan enrevesada y que los maderos se la crean a piesjuntillas. Y es que 'Verbal' hace gala de una capacidad genial para la estafa y la exageración, todo muy argentino. Pero ya está, 'Verbal' no da para más: le escuchamos, le seguimos, y cuando deja de hablar, desaparece.

Es tan soso su personaje que, si no fuera por el giro final -que todo es un cuento-, Keyser Söze no dejaría de ser como un Bin Laden cualquiera: sabes que está ahí, que encarna el Mal, pero que es sólo un elemento más del paisaje. Otro cacharro amontonado en el cuartucho de un viejo con síndrome de Diógenes.

Todo esto lo digo por algo, no vayáis a creer: quiero que os fijéis más en McManus, porque es el personaje más auténtico. En su interpretación no se capta artificio alguno, como si Baldwin fuera realmente así, tan vital, con esa siempre inesperada furia, con el odio rabioso y la desmesura marcando cada una de sus atolondradas decisiones. Como un caballo loco, desbocado, que cocea con los ojos chispeantes.

McManus es la joyita de esta película. Tomad nota.


PD: Me importa menos que nada el Óscar que le dieron a Kevin Spacey; se lo merecía Brad Pitt por 12 monos. Tomad nota de eso también.



                     Saludo habitual entre hampones

lunes, 5 de septiembre de 2011

Sin límites (Neil Burguer)


Estamos en septiembre -supongo que os habéis dado cuenta-, ese mes tan duro en el que vosotros trabajáis mientras yo escribo mis posts. Esto es lo único bueno de ser judío: entras por cuota y encima te dan becarias nuevas. La nueva hornada parece mejor más joven que la anterior.

Lo que espero es que no sean más listas. Dicen los eruditos que sólo empleamos el 20% de nuestro cerebro, y esto me hace pensar en dos cosas:

1.- Yo uso el 3%, y aún así os doy mil vueltas a todos, vulgo.
2.- Hoy me apetece hablar de Sin límites, de Neil Burguer (sí, el director de El ilusionista. Temblad).

Y es que la película trata de eso, de cómo un tipo normal rompe la barrera del 20% y emplea el 100% de su capacidad cerebral, como Leire Pajín.

Sin límites, sin ser una película ambiciosa, consigue engancharte. El argumento permite una fácil y rápida identificación, sino con el personaje -un puto loser, un ESCRITOR, digámoslo ya- al menos con esa sensación que todos tenemos de que estamos desaprovechados. Por la sociedad y por nosotros mismos. El listo de Burguer explota esa frustración endémica a todo ser humano con un título y sin un sueldo que supere los 3.000 euros mensuales.

El prota, Bradley Cooper, se toma una pastillita -sí, droga- y al momento es el tipo más inteligente del mundo. ¿Cómo explota esa superioridad? Primeramente, escribiendo un libro; después, aprendiendo italiano y japonés, dos idiomas inútiles si en tus planes no está el violar adolescentes españolas en Formentera o geishas. Por último, Bradley se mete en Bolsa.

Absurdo.

Parece que emplear el 100% del cerebro no implica dejar de ser humano, con todas las memeces que ello implica.

Aunque me convencen las interpretaciones -sobre todo la del mafioso ruso-, no me convence el guión. Demasiado sencillo, típico, a ras de suelo. Los deseos del protagonista no dejan de ser los de un resabido e ingenuo estudiante de primero de Filosofía: escribir, hablar idiomas... ¡y ganar pasta con ello!

La próxima vez que me quieras vender una cara conocida, Burguer, que no sea para una película con un argumento de mierda. Gracias.



       Lo mejor de ser inteligente es que puedes tocar teta. O intentarlo.

lunes, 6 de junio de 2011

Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie)


Mis becarias están de vacaciones y, claro, sin musas es complicado parir algo decente. Sí, de esta forma tan chusquera excuso mi silencio de estos últimos días.

No os lo creéis, ¿verdad? No lo hagáis. En realidad ha sido por pura pereza. Leí el libro Derecho a la pereza de Paul Lafargue y lo puse en práctica: soy tremendamente influenciable y manipulable. Y, además, sionista. Un asco de tipo.

Pero he vuelto para empuñar mi látigo. La víctima: Lars y una chica de verdad.

Brevemente: Lars Lindstrom (Ryan Gosling) es un chico de pueblo chiflado y con una incapacidad pasmosa para mantener una relación normal con quienes le rodean, y en concreto con las mujeres jóvenes, así que lógicamente empieza a salir con una muñeca. No me refiero a una chica guapa de piernas interminables y melena rubia ondeando al viento, no. Hablo de una muñeca... hinchable. La viste, la maquilla, le da de comer (¡!), le canta... no quiero continuar diciendo qué otras cosas le hace porque supongo que ya todos lo imaginamos. A fin de cuentas, para eso la crearon en fábrica.

En fin, que Lars es rarito. Hasta ahí bien. En todos lados hay gente enferma de la que nos podemos reir y a costa de quien podemos pasárnoslo muy bien. Gracias, Dios, por crear seres con taras.

Lo anormal, en realidad, es que su hermano, la mujer de su hermano, y todo el pueblo, le siguen la corriente. Es decir, que hacen como si la muñeca fuera una persona real, con sangre en su interior además del semen blanquecino del loco de Lars. ¿En qué mundo vivimos, cojones? ¿Nacimos todos rotos o qué? ¿Acaso es lo correcto apoyar y fomentar la aberración, en vez de burlarse de ella?

Habría que encerrar a todo ese pueblo en un manicomio gigante y lanzar la llave al mar.

Sin embargo, la película no es enteramente escoria. Si la veis podréis disfrutar de la tensión que se respira cuando aparece Lars con su plástica chica; de una BSO decente, que te sitúa en un pueblo pequeño en el que todos se conocen y la vida es apacible a pesar de los innumerables chismorreos; de unas interpretaciones sublimes (sí, Gosling lo hace bien. Tan bien que me creo que realmente sienta algo por su juguete); y de, cómo no, un final apoteósico.


PD: Que no se me olvide:

Empiezo a pensar que Ryan Gosling es un demente: primero, en El diario de Noah, nos intenta hacer creer en una relación absurda que se fraguó un verano y se congeló el 31 de agosto, pero que años después eclosiona tras la hibernación y lo arrasa todo con el fuego del amor. Ahora da vida a un personaje extraño que se enamora de una muñeca hinchable y, en su desmadejado mundo interior, la cree viva, buena mujer y mejor amante.

Ryan Gosling, el amante sin límites.



Intuyo que la chica querría comer otro tipo de filete

viernes, 6 de mayo de 2011

La haine (Mathieu Kassovitz)


Mis becarias son buenas niñas. Ayer mismo me trajeron un regalito: un pequeño y saltarín chihuahua de morrito afilado y sonrosada lengua permanentemente fuera.

Aarón: ¿Qué es esto? Si queréis darme algo, que sean unos bombones de coco. Ya me entendéis.
Jessy: Ay, papi, pensamos que te gustaría...
Jenny: Es tan juguetón... ¡mira como me lame la mano!
Jessy y Jenny se quedan quietas y calladas un momento, el engranaje de sus cerebritos se pone en marcha y se miran, sonríen picaronas y dicen, a la vez: ¡Nos lo quedamos!
Aarón: No, los perros huelen mal.
Jessy: ¡Como si tu no parecieras un empleado de La Sirena!

¡JAJAJAJAJAJAJAJA!

Pero, en fin, vosotros no habéis venido aquí a leer sobre mis becarias, sino sobre mi excelente criterio cinematográfico.

[Modo autobombo off]

A ver, ¿os gusta la macedonia?

Si no, salid del blog.
Si sí, seguid leyendo, y os contaré la historia de Vinz, Hubert y Saïd: un blanco, un negro y un moro. Podría ser uno de esos chistes, pero La haine -El odio- es en realidad un drama. La producción franchute de 1995 me gustó, y un entonces desconocido Vincent Cassel me puso la gallina de piel por su perfecta interpretación.

¿De qué?

Buena pregunta, Aarón, no cambies.


Vinz un judío que vive en la banlieue parisién (¿o parisina?) y tiene dos amigos de dos colores distintos. Vinz es un tipo multicultural, como su barrio y Lo Miquel en mexicolindo. Un drama, esta historia.

Los tres amigos, un día cualquiera de esos en los que no hacen nada, es decir, CUALQUIERA, se confunden con la masa amorfa y multicolor que puebla una calle sin nombre para quejarse por la 'muerte de un vecino por electrocución mientras huía de la policía'; en slang: 'lo mató la pasma'. Como no podía ser de otra manera, empieza el caos, y al final Vinz se encuentra un revólver en el suelo, como no podía ser de otra manera. Ahora es el rey del barrio.

Se pasea con Hubert y Saïd por la banlieue, intimida y apaliza a unos neonazis, juega un poquito a la ruleta rusa y pasa la noche en una estación de tren que podría ser Austerlitz o bien cualquier otra. Retorna al barrio y, oh, resulta que ahora llega el drama final de la película: un policía dispara a Saïd y luego a Vinz. ¿Es esto un drama? Parece que sí.

A lo largo de toda la película podemos comprobar que hay toda una generación perdida en las banlieues francesas. Miles de jóvenes de origen africano sin nada que hacer mas que cantar hip-hop y hacer barbacoas en las terrazas de edificios que se caen a pedazos. El dominguerismo de ciudad, la muerte en vida. Chicos aburridos que sólo piensan en fumar porros y coserse a navajazos, ni-nis de piel tostada o muy tostada. No hay trabajo y el muro invisible que separa a la ciudad pudiente de esos guettos marginales se alza inamovible a pesar del cacareado éxito integrador de los sucesivos gobiernos de la república. Vaya dramones.

Y me hizo pensar, todo esto. Me pregunté '¿por qué?, ¿por qué?'. Luego, enseguida, volví a videar la escena en la que Saïd es despachado.

La vida, amigos, puede ser maravillosa tumbado en el sofá de casa.



       Esta imagen es cojonuda. Amén.