viernes, 25 de marzo de 2011

Snatch: cerdos y diamantes (Guy Ritchie)


Hoy tenemos con nosotros a un calvo. Para más inri es inglés, feo y malencarado. Sí, hablamos de Jason Statham, que representa a Turco en Snatch: cerdos y diamantes.


Aarón: Hola, Jason, te he invitado porque creo que eres el actor que Hollywood necesita, un prototipo de hombre de verdad.
Jason: Gracias. Procuro actuar en películas 'sólo para tíos'. Si no hay violencia extrema, paso.
Aarón, mirándole arrobado, suspira: ¿Crees en el matrimonio gay?
Jason: ¿Como?
Aarón: Eh... nada, nada. Veamos, ¿qué has aprendido trabajando en esta magnífica película de Guy Ritchie?
Jason: Que un cerdo puede consumir un kilo de carne cruda cada minuto; que los huesos se los come como mantequilla.
Aarón: Es una observación pertinentísima, socio. Que tomen nota los del Trivial. A ver, ¿crees que eclipsas a Brad Pitt en Snatch?
Jason: Totalmente. En esta película Brad es sólo imagen y BSO. Quiero decir que su interpretación no es sobresaliente, y han tenido que venderlo de otra forma. Tampoco parece un gitano de verdad.
Aarón: Es que en Reino Unido no tienen ni puta idea de qué es un gitano.
Jason: Ya, nos falta una Andalucía, aquí.
Aarón: Citando a Benedicto XVI... “¡que cojones dices!
Jason: Disculpa, Aarón... Bueno, sigamos con Snatch.
Aarón: ¿Por qué debería el público ver tu película?
Jason: Por varias razones. La principal es que nunca un enredo de varias historias ha tenido un desenlace tan brusco. El nudo que une a unos personajes con otros se corta como Alejandro Magno cortó el nudo gordiano: de un espadazo. A saco, sin contemplaciones.
Aarón: La verdad es que los personajes mueren con pasmosa simplicidad...
Jason: … como si nunca hubieran sido importantes en la trama, cuando lo cierto es que sí lo han sido.
Aarón: ¡Coño, estamos sincronizados! ¿Crees que significa algo?
Jason: ¡Joder, no! ¿Donde están tus becarias? Me han hablado maravillas de ellas.
Aarón: Las he mandado fuera, a dar clases de lengua. Son demasiado juguetonas y me distraen en mi trabajo.
Jason: Esto no fue lo acordado, Aarón. Creo que me voy de aquí. Este sitio me da escalofríos.

Jason mira con inquietud las fotos que forran hasta el último centímetro del estudio, en las que aparece en distintas e insinuantes poses... él mismo. Acto seguido mira de soslayo a Aarón, que se ha agachado bajo la mesa con la excusa de habérsele caído un bolígrafo y está lamiendo sus zapatos. Jason se levanta poco a poco y retrocede lentamente y sin dar la espalda, camino de la puerta. Aarón, erguido en toda su majestuosidad (que no es poca, tomad nota), le sigue con la mirada, mientras parece buscar insistente y ansiosamente algo en los agujereados bolsillos de su pantalón. Jason alcanza la puerta y huye despavorido. Aarón, aún en el estudio, se agarra un pellejo del cuello, estira hacia arriba... ¡y se arranca una máscara! Galleta de Mantequilla, sonriente, se felicita por el engaño y guarda como oro en paño el recuerdo de las piernas de Jason Statham.


    Mirad que tatuajes de gatitos tan monos...

viernes, 18 de marzo de 2011

El diario de Noa (Nick Cassavetes)


Hace poco me contaron la historia de una relación. Y de su ruptura. Y de como ella, al final de todo, le envió el siguiente SMS a él:

Lo tienes todo perdido, ahora quiero mi vida enteramente para mi, ya te he dado mucho tiempo. Si crees en lo que dices ven a buscarme dentro de cuatro años y ofréceme la felicidad. Es lo único que podría hacerme creer que vale la pena.

Lo primero que se me pasó por la cabeza es 'qué idiota', y lo segundo...

¡Qué daño ha hecho a las parejas que ellas viesen El diario de Noa!

Para quien no la haya visto, esta película trata del amor de dos jóvenes que se conocen en un pueblo en verano, super típico, todos lo hemos vivido. Noah Calhoun trabaja en un aserradero o algo parecido, y Allie Hamilton es una niña burguesa que no sabe nada de la vida, y que aterriza en Seabrook durante los meses de canícula. Llega el infausto 31 de agosto, se juran amor eterno y ella se vuelve a la ciudad. La distancia no supone un impedimento y él le envía una carta cada día, durante un año. Ella no responde a ninguna, ni las recibe: su madre confisca todas las misivas y la niña vive creyendo que el chico se ha olvidado de ella. Los años pasan, ella se promete a un militar y entonces, ya con el anillo de pedida, vuelve a encontrarse con Noa.

¿Adivináis lo siguiente? El fuego del amor ha sobrevivido a tantos años de separación y echan un polvo. Se quieren. Ella deja al militar, vuelve con Noa, se casan, tienen hijos, son felices, mueren juntos.

¿Alguien se lo cree?

¡Ellas sí! Pero lo creen no porque sea lógico sino porque han sido programadas desde pequeñas para creer en los cuentos de hadas, donde el príncipe se casa con la princesa después de años de dificultades y a pesar de que los reinos de él y ella están en guerra y se lanzan uno a otro la bomba H. Gilipolleces.

Y, sin embargo, ellas asumen estas historias como reales.

Aquí Nick Cassavetes nos deleita con una dosis tras otra de melocotones en almíbar de lo más azucarados. No es apta para diabéticos, pero así consigue el director que transijamos con su aberración de 30 millones de dólares.

Las escenas romanticonas, alejadas completamente de lo que comunmente se entiende como una relación normal, nos transportan a un mundo de ensueño en el que todo es posible y donde el amor triunfa contra todo pronóstico. Las diferencias culturales, las distintas ambiciones de él y ella, la separación de 7 años, el no saber qué ha sido de la vida del otro tanto tiempo... ¡no importan! Lo importante, lo esencial, es que, ya treintañeros, se suben a un bote de remos y navegan por un lago, entre cisnes blancos que con su límpido plumaje acarician los remos y las manos, mientras una fina lluvia transforma el paisaje en un templo del amor imperecedero.

Todo eso es basura para mongoloides.

Lo lamentable es que esta concepción del amor, de las relaciones, cale en el subconsciente de las mujeres y luego maltraten a los hombres con SMS moñas como el del principio del post (desde aquí te mando mi pésame, amigo).

Mis recomendaciones:

a) No veáis El diario de Noa.
b) Intentad por todos los medios que vuestras parejas no vean El diario de Noa.
c) Jamás habléis de El diario de Noa delante de hembras: cualquier crítica a la película se la tomarán como algo personal. Ellas ya han asumido el papel de Allie Hamilton.


Ya me daréis las gracias, jabatos.

Buen post, Aarón.

La escena del lago y los putos cisnes

lunes, 14 de marzo de 2011

Las dos caras de la verdad (Gregory Hoblit)



Las dos caras de la verdad es la historia de un engaño.

Edward Norton, con 27 añitos es Aaron Stampler (19), un joven monaguillo que ha sufrido abusos desde la niñez. A este chico maltratado la suerte parece sonreirle cuando el obispo de la ciudad le acoge en su cálido regazo y le cuida como a un hijo. Pero claro, ¿qué sabe un obispo de cuidar a un hijo? Nada. Entonces ocurre lo inevitable: el obispo le obliga a participar en vídeos caseros con otros monaguillos. Porno amateur, lo llaman ahora. Lo más cotizado en internet, aunque el pastor pecaba de nuevo, esta vez de egoísmo, y no colgaba esas obras de sacristía. Eran de consumo propio.

Esto, claro, afecta al joven Aaron Stampler, con nombre judío y un culito aterciopelado que hizo brincar en su sillón a las amigas con las que ví la película (¡admitidlo ya!).

Al grano: Aaron mata a su chulo, pringándolo todo de sangre. Y por graffitero le detienen y le encausan. Pobre Aaron: ¡las 78 puñaladas y la extirpación de los ojos eran en legítima defensa! Jo, qué mundo injusto este.

Nosotros, los espectadores, sospechamos que, efectivamente, el monaguillo es el asesino, aunque su abogado, Richard Gere (viejo canoso pero aún con pretensiones -suspirad, chicas-), insista en decir que es presunto. Aaron juega bien sus cartas y se inventa una doble personalidad, Roy, que le domina y hace como de Gollum, matando, destripando, limpiando la ciudad de animales y pederastas. Bien por Roy, a quien creemos y admiramos.

  • Ahora los monaguillos entonarán el salmo XXIII. No se vayan, disfruten de su postre – dice el obispo, en una conferencia al inicio de la película.

Qué reveladoras son estas dos frases concatenadas del pater. Qué juego de palabras tan subliminal, tan discreto. Sólo alcanzamos a relacionar los términos monaguillos y postre cuando Richard Gere descubre, en un armario del obispo, los vídeos secretos para uso personal a los que ya me he referido en el primer párrafo.

Total: que es una película con dos sorpresas, pero amargamente gris, aburridilla, para una tarde lluviosa de sábado. Las dos caras de la verdad pasa y debe pasar desapercibida en el inmenso mar que es el cine y también, y más concretamente, en la filmografía de ese astro que es Edward Norton, al que perdonamos por ser su primera interpretación (dato: en 1998, sólo dos años después, nos deslumbraría con Derek Vinyard en American History X).


¡Con todo el respeto, señoría, 78 puñaladas sí son legítima defensa, maldito tarado!


martes, 8 de marzo de 2011

The deer hunter (Michael Cimino)


Cuando oigo ruleta rusa no pienso en Las Vegas sino en El cazador. Y eso ya me hace mejor que vosotros.

El cazador es una película de Michael Cimino a la que le llovieron los Óscars sin darse cuenta: estaba nominada a 4 y se llevó 5. No doy ninguna importancia a los premios, pero sé cuándo un buen trabajo merece un reconocimiento.

The deer hunter (me gusta más el título en inglés, pegadme por esnob) trata de la superación de una vivencia traumática. Aquí los protagonistas Robert de Niro y Christopher Walken, Michael y Nick, respectivamente, marcharon a luchar en la Guerra de Vietnam y se volvieron medio majaras. Ninguno lo superó, y la película se convierte en una oda a la desesperación, a la tristeza, al dejarlo todo y pegarte un tiro en la sien con un revólver.

Digo que ni Michael ni Nick lo superan y, si lo pensáis bien (también podéis no pensar y simplemente seguir leyendo, ya os mastico yo todo), es verdad.

Nick nunca sale de Vietnam, y se dedica a apostar su vida jugando a la ruleta rusa, tal y como hacía mientras era prisionero del Vietcong en medio de una selva tropical del sudeste asiático. El caballo desbocado de la locura toma las riendas de su vida y no deja descansar a la atormentada mente de Nick. Walken sencillamente alarga el período de cautividad y se remata anímicamente a sí mismo, convirtiéndose en un despojo.

Hasta ahí, lo obvio.

Michael, por su parte, vuelve a su ciudad y retoma su vida. Es un gañán y se lía con la prometida de Nick, postrado ante su inmundicia en Saigón y completamente ajeno a esta puñalada de su amigo. Todo apunta a que Michael avanza poco a poco hacia la gris normalidad que es la vida de la mayoría de personas. Pero no.

¿Cómo que no? os preguntaréis.

Pues que no, coño. Oídme todos.

Michael quiere salvar a Nick, sacarlo del agujero en el que está viviendo, devolverlo a la civilización. ¿Recordáis como pretende conseguir eso? Sí, amiguitos, ahora lo véis, ¿no? ¡Juega a la ruleta rusa con su amigo! Algo parecido resultaría una simple contradicción en cualquier otra persona; pero no así en alguien que ha sido obligado a apuntarse a la cabeza, no. Michael -su cerebro aún afectado por el horror de lo sufrido- ve normal, necesario, entrar en la dinámica que rige la existencia de Nick. Vuelve para salvarle y se condena a sí mismo. ¡Es genial!

Nadie es capaz de escapar de las garras de una situación traumática; tarde o temprano aquello vuelve a por tí y te caza, te devora por dentro, y termina contigo.

Y aunque el mensaje de la película no es positivo (hola, frailecillos), la interpretación es sublime, y sentir la tensión de los momentos previos a apretar el gatillo ya es motivo suficiente para ver El cazador.



                              Olvídate de Las Vegas.

viernes, 4 de marzo de 2011

Una historia de violencia (David Cronenberg)



Detrás de un personaje que consigue engañarte siempre hay un buen actor.


Akira Kurosawa



Shalom, pueblo.

Hoy vengo a hablaros de Una historia de violencia, de David Cronenberg (no Kronenburg), un trampolín para un Viggo Mortensen que se vuelve a superar a sí mismo al interpretar a Tom Stall: padre y marido ideal, vecino querido por su comunidad, Stall parece un ciudadano ejemplar, temeroso de Dios y respetuoso con las leyes. Pero algo huele a podrido en Millbrook, Indiana, y la bucólica existencia de Stall sufre un revés cuando dos tipos atracan su bar a punta de pistola.

La escena de la que os hablo dura un minuto escaso, pero el director nos entrega en bandeja de plata todas las piezas para montar el puzzle que es la personalidad de Stall. Vemos la anómala reacción del prota, el salto sobre la barra del bar, la firmeza con la que empuña el arma, los tiros precisos, la frialdad con la que remata a uno de los atracadores... y lo mejor es que, aunque vemos la escena, no la analizamos, ¡no nos damos cuenta de qué significa!

Se han pasado un poquito con la llamarada. Creo.
Viggo Mortensen nos engaña al decir 'no, no soy un testigo protegido, jamás he empleado la violencia en mi vida'. Pero ahí está, joder, su matanza con la habilidad de un asesino experto. Vemos lo que quiere que veamos, escuchamos lo que quiere que escuchemos, pensamos lo que quiere que pensemos. Y por eso yo me inclino ante tí, Mr. Stall.

La insistencia de Ed Harris, otro mafioso, al decirle que le reconoce como una vieja gloria de los bajos fondos, tampoco termina de convencernos. Al contraponer las versiones de Mortensen y Harris sabemos que algo no encaja, pero aún así confiamos en que Stall es quien dice ser.

Al final tiene que espetarnos a la cara que sí, que él es el hermano de un mafioso de Filadelfia, que tiene un historial de crímenes que ni Al Capone y que, por haberle creído contra todo sentido común, él es un hacha frente a las cámaras y, nosotros, unos pardillos.

Es duro descubrir que no eres dios un jueves por la noche, mientras ves una peli tumbado en la cama.

Ale, camaradas, ahí os dejo vuestra ración de soma, que en los últimos días os he visto muy excitaditos.


Juro que esta escena no sale en la peli.